________________________________________________
________________________________________________

viernes, 29 de diciembre de 2006

LA ÚLTIMA DEL AÑO.

MIGUEL RIOS/M. GARCÍA - Insurrección. (M. García-Q. Portet). (2001).
Este cuaderno bien podría haberse llamado “Retales de mi vida” si en el momento de comenzarlo, la casualidad hubiera querido que escuchara esta canción en vez del disco de Coltrane que le ha dado nombre. Pero no.
Subo aquí la versión que hizo Miguel Ríos, acompañándola del vídeo de la pieza original a cargo de “El Último de la fila”.

Creo que los de Barcelona la interpretaban divertidos, impregnando la letra de un alegre despecho, como si quisieran dar la impresión de que no les importa demasiado una relación recientemente terminada. En cambio, el granadino lo hace más sosegado, con la tranquilidad de contemplar algo que ya ha pasado, convirtiendo quizá el carácter de reproche que se atisbaba en la versión original, en un “hacerse entender” de lo que sentía entonces. No se si me explico.
De todas formas, es curioso como con el tiempo la letra de una canción va cobrando sentido y ésta, que en su momento no me decía gran cosa, lleva lustros apareciendo en las emisoras de radio para evidenciarme, -¡verso a verso!-, su paralelismo con un periodo concreto de mi vida.

¿Dónde estabas entonces cuando tanto te necesité?
Nadie es mejor que nadie pero tú creíste vencer.
Si lloré ante tu puerta de nada sirvió.
Barras de bar, vertederos de amor...
Os enseñé mi trocito peor.
Retales de mi vida, fotos a contraluz.
Me siento hoy como un halcón
herido por las flechas de la incertidumbre.

Me corto el pelo una y otra vez.
Me quiero defender.
Dame mi alma y déjame en paz.
Quiero intentar no volver a caer.
Pequeñas tretas para continuar en la brecha.
Me siento hoy como un halcón
llamado a las filas de la insurrección.

lunes, 25 de diciembre de 2006

LA MÁQUINA DE COSER.

Desde pequeña, mi madre asumió responsabilidades que no le pertenecían haciendo que su carácter se forjara a golpe de sacrificios, decepciones y disgustos, tanto propios como ajenos.
De vez en cuando cuenta afligida la historia sobre una maquina de coser que pertenecía a su madre, mi abuela Maria Blasa, conocida en la familia como “Mamaía” desde que los nietos comenzaron a hacer uso de la palabra. Fue una costurera de carácter audaz cuya vida transcurrió paralela al siglo XX, nació en 1900.
“Como antiguamente el que no trabajaba se moría de hambre”, -sentencia mi madre-, mientras mi abuelo se mal ganaba la vida empleado en un molino de aceite, mi abuela se las ingeniaba para aportar algo de dinero confeccionando el escaso atuendo de sus vecinos. Con el tiempo, su trabajo fue tan apreciado que llegó a ser una de las modistas mas valoradas del pueblo, contando incluso entre su clientela a la mismísima Señora del Alcalde, -toda una eminencia en aquella época-. La demanda de costura crecía y mi abuela se veía obligada a coser hasta altas horas de la noche, así que su marido le compró, -no sin esfuerzo-, una máquina de coser para facilitarle la tarea. Se trataba de una “singer” con un precioso cuerpo de forja que, según mi madre, su manejo precisaba de un concienzudo adiestramiento y un considerable tiempo de práctica.
Mis abuelos vivían de alquiler y solo con su trabajo nunca habrían podido ahorrar suficiente dinero para acceder a una vivienda propia, así que cuando mi abuela supo que se vendía una casa por una razonable cantidad, hizo todo lo posible para adquirirla. No dudó en pedir ayuda a la distinguida Señora para la que trabajaba, que accedió prestarle las 6000 pesetas que necesitaba a cambio de que trabajara en exclusividad para ella, lo que implicaba además trasladar la máquina de coser a casa de la susodicha para que -de paso- sirviera de aval.
El trato se llevo a cabo, la ilustre clienta consiguió la distinción de disponer de una modista propia y mi abuela compró la casa donde vio crecer a sus cuatro hijos.
En plena posguerra, “Mamaía” era incapaz de rechazar las peticiones de sus paisanos para que les cosiera así que acabó pluriempleada trabajando por un lado en casa de la Señora para pagar su deuda y por otro “para la calle” por una escasa remuneración, casi siempre en especie. Esta situación llevo a mi madre a asumir, de manera tácita, todas las “obligaciones” que mi abuela no podía llevar a cabo. Aquellos tiempos requerían realizar un enorme esfuerzo para poder vivir humildemente.
Cuando mi abuela murió, mi madre quiso recuperar aquel artefacto tan lleno de significado para ella. Armándose de coraje fue a casa de la anciana Señora con el propósito de comprarle la máquina de coser de su madre. La Señora se mostró complaciente manifestando que no sería necesario comprarla puesto que la regalaría, pero argumentó que para evitar posibles disputas entre mi madre y mi tía, -herederas directas de la maquina de coser-, organizaría un sorteo para entregarla a quien saliera agraciada. La insistencia para hacerle entender que tales disputas no ocurrirían, no sirvió de nada, la aristócrata sentenció que ya les haría saber cuando sería la rifa, sin dar oportunidad a apelación alguna.
Nunca se recibió ningún aviso sobre la celebración de tan inútil sorteo. La señora cayó enferma y fue trasladada a Madrid donde acabó sus días sin referir a sus herederos su decisión respecto a la máquina de coser que dejó en la casa del pueblo.
La noticia de la muerte de aquella mujer tardó en conocerse y para cuando llegó a oídos de mi madre ya era demasiado tarde para recuperar la máquina. Al parecer una de las nueras de la alcaldesa la había vendido. Cuando mi madre volvió junto con mi tía a la vivienda de la Señora con el firme propósito de recuperar la máquina y se enteró de que ésta no estaba y que la persona que la había adquirido no la vendería por nada en el mundo, sintió tan grandísima pesadumbre que aún le acompaña.
Recuerda mi madre que en cierta ocasión la mujer que adquirió la máquina de coser abordó en la calle a mi tía para que le explicara el funcionamiento de aquel artefacto y ésta, -que heredó el lado más temperamental de la familia, en detrimento de mi madre-, expresó su impotencia exhortándole que se metiera la maquina por el… -eso mismo-.


Imagen: "Costurera" de Helene Schjerfbeck. 1903.

domingo, 17 de diciembre de 2006

CUENTO DE NAVIDAD.

En estas fechas, el formato de narración por excelencia es el cuento.
No faltan los almibarados concursos locales que premian el talento de los participantes con cestas rebosantes de frívolas viandas y no hay periódico serio, -que se precie de serlo-, que no encargue algún relato al elenco de escritores disponible en el momento. Esta última circunstancia es precisamente la que sirve de pretexto a Wayne Wang para relatarnos un hermoso cuento en su película “Smoke” a través de Auggie, uno de los personajes mas peculiares que por ella desfilan. Dejo aquí esta secuencia, a modo de postal, para felicitaros la navidad.
Que estas fiestas pensadas para acercar a la gente, -aparte de para consumir-, sean favorables para conseguirlo, -lo del acercamiento digo-.

Para poneros en antecedentes os diré que Paul, un escritor venido a menos, recibe del “New York Times” el encargo de escribir un cuento de navidad. Tiene que escribir algo en cuatro dias y no se le ocurre ninguna idea. Casualmente se lo hace saber a su amigo Auggie, dueño de un estanco, que le propone un trato: Si lo invita a comer, le contará el mejor cuento de navidad que jamás haya oido.

miércoles, 13 de diciembre de 2006

DOMINGO. (2002).

Apareciste saltando los muros de mis dudas
para regalarme tu domingo.
Con un roce conquistaste mi alma,
haciendo de ese único día, un día único.
Contigo entró la primavera en mi cama
-despertando mis sentidos con su luz- y
quedaron cegados los temores que impedían
apreciar la ternura del cielo de tu mirada.
Mirada complaciente con mi tardo corazón
que torpemente declaró con un beso
lo que a la palabra correspondía.

Imagen: Blue Eyes de Yi Wen Seow . Acrilico sobre tabla. 2006.

domingo, 10 de diciembre de 2006

NOCHE DE GATOS.

Una de las historias más desconcertantes de cuantas ocurrieron en la "Casa de los Monster" sucedió una noche de invierno mientras leía tranquilamente en la cama. Tras la puerta de mi dormitorio sonó un tímido golpeteo, seguido de una voz que reconocí como la de Juanma.
- ¿Manolo?,… ¿Estás durmiendo?
- ¿Sii?,… ¡Pasa!, -elevé la voz para contestar a la segunda pregunta-.
Cuando abrió la puerta le pregunté desde la cama que ocurría.
- Bueno, verás,…-parecía turbado-,…tengo un problema con la naturaleza.
- ¿Queé?, -pregunté intrigado-.
- Sube y lo ves.
No dijo más. Se giró y se encaminó hacia la escalera seguro de que le seguiría. Empleé poco tiempo para ponerme algo de ropa y cuando llegué a la primera planta donde estaba su habitación, lo encontré completamente abstraído yendo y viniendo de un cuarto a otro como si estuviera buscando algo, (quizá una solución).
- ¿Que pasa?, -pregunté al aire para advertirle de mi presencia-.
- Mira, ven. -dijo decidido invitándome a pasar a su cuarto-. Levanta la colcha. -señaló su cama-.
Yo no hacia más que preguntar que era lo que quería mostrarme pero él quiso que lo descubriera por mi mismo. Ante su insistencia y sin saber lo que me iba a encontrar, me atreví a hacer lo que me indicaba. Levanté la cobija de la cama y descubrí algo asombroso: una gata recién parida que se afanaba en asear a sus gatitos a lametazos. Al sentirse descubierta, escapó dejando a su prole en la cama del colega.
Perplejo por la sorpresa y el susto que me causó el descubrimiento, me sumergí por un momento en un mar de dudas acerca de cuando y como había llegado a hacer su cubil aquel animal en semejante sitio y que demonios podríamos hacer con ese percal. Miré al amigo para interrogarlo, pero debí de tardar demasiado en decidir que pregunta hacerle porque fue él quién se adelantó en pedir opinión.
- ¿Que hacemos? -preguntó implicándome de lleno en tan embarazoso asunto-.
- N...no sé. –titubeé entre los maullidos de cinco mininos-.
El tiempo que llevaba maquinando una solución parecía haber dado resultado:
- He pensado que podríamos coger la manta y llevarla a ese cuarto.
Se refería a la habitación del ala oeste donde se acumulaban la mayoría de los trastes de aquella ruinosa vivienda. Era una estancia inhabilitada al paso porque el techo, mitad derruido mitad apuntalado, amenazaba caerse en cualquier momento.
- No te preocupes, en cuanto vuelva la gata, se los llevará a un lugar seguro. -Dijo leyendo mi pensamiento que divagaba sobre la integridad de los gatitos en aquel lugar-. Coge de ahí. -ordenó diligente-.
Dicho y hecho. Con sumo cuidado para no molestar o herir a los recién nacidos, cogimos de las puntas la manta donde descansaban y los trasladamos a aquella destartalada habitación. Por si la madre tardaba en volver, arrugamos la manta para que no perdieran su calor y nos fuimos confiando en que la gata no los abandonaría.
Al día siguiente, cuando regresé a mediodía de “La Escuela”, encontré a Juanma metiendo la manta de los gatitos en la lavadora. Imaginé que habían sido trasladados por su madre a algún lugar mas seguro, pero no obstante pregunté por ellos más que nada por iniciar una conversación.
-Esta mañana ya no estaban,… ¡A esos, ya mismo los vemos deambulando por aquí!, -dijo campechanamente para restarle trascendencia al asunto-.
No se equivocaba. Al tiempo pudimos comprobar como de cuando en cuando, unos jóvenes y huidizos felinos se asomaban explorando el terreno por algún rincón de la casa. Una casa que desde aquella noche se llenó de vida. Aún más.

lunes, 4 de diciembre de 2006

BARBARIE VS. HONRADEZ.

Cuando acabamos la Educación General Básica, los de mi generación, todavía tuvimos que desplazarnos al pueblo vecino para continuar nuestros estudios. Comenzaba así nuestra formación en el Instituto. Éramos bachilleres.
El primero de los años de aquella etapa, transcurrió sin pena ni gloria. Eramos unos pipiolos que para más inri ocupábamos un edificio de aulas prefabricadas. Un autentico refugio de novatos situado en las afueras de la ciudad, cualidad que le sirvió para ser conocido como el “Liang Shan Po”, nombre del río protagonista de “La Frontera Azul”, una serie china de la época, a cuyas orillas acampaban los proscritos.
Transcurrido ese año iniciático, pasamos al edificio principal del centro con la categoría de veteranos. Para algunos, una carta blanca a la barbarie y el desenfreno..., A tan tierna edad, si llegamos a ser más brutos, no nacemos. Éramos toscos por condición, y como “Dios los cría y ellos se juntan”, formamos una grey que, aun sin cometer grandes tropelías, descubría el mundo a fuerza de rudeza y descaro.
Nos gustaba hacer el cafre, -a algunos mas que a otros-, para medir la autoridad de los profesores o escandalizar a las nenas. Pasábamos los días dándonos empujones y collejas los unos a los otros. Formábamos tales batallas de tizas, que más de una vez causó un ojo morado, y casi siempre, acababan con el castigo de comprar tizas nuevas por el incauto que pillara el profesor de turno. Sin pudor alguno, competíamos para ver quien pintaba el dibujo más obsceno en la pizarra o en que lugar más arriesgado dejábamos escrito nuestro nombre. Entre clase y clase, organizábamos ruidosos concursos de eructos y cuando algún profesor nos sorprendía, queríamos convencerlo de que estábamos comprobando el eco de los pasillos. Muchos jueves, unos cuantos de nosotros, hacíamos pellas, (“la rabona” en nuestra jerga), para escaparnos al mercadillo instalado en el otro extremo de la ciudad, teniendo que atravesar un pasaje que acabó conociéndose como el callejón del “akitescurrestesnucas”, gracias al comentario que exclamó Rodríguez, (tosco entre los toscos), cuando lo atravesamos por primera vez en un día de lluvia... En fin, que nuestro refinamiento brillaba por su ausencia.
En semejante atmósfera, algunos, digamos la mayoría, se mostraban incapaces de aparcar ese comportamiento, -siquiera momentáneamente-, cuando entrábamos a clase. La clase de filosofía, por ejemplo, se prestaba enormemente para mantener una actitud transgresora, pero aun así, pudimos aprender algo. Fue allí donde recibimos una gran lección sobre lo que significaba la justicia, simplemente por el hecho de que esa lección vino de uno de nosotros.
El profesor nos entregó corregidos unos exámenes que hicimos unos días antes y nos pidió que revisáramos la suma de la puntuación de las preguntas pues admitía que podía haberse equivocado. En efecto, la suma del examen de Mario, un chico discreto que acabó ejerciendo de veterinario, era errónea: en vez de sumar cinco-coma-uno, que significaba un aprobado, debía sumar cuatro-coma-nueve, un incuestionable suspenso. Dos décimas que, al margen de su trascendencia, (estar aprobado o no), incomodaron al muchacho.
Mario no dudó, pidió permiso para levantarse alzando su brazo. Con una señal fue invitado a acudir a la mesa del profesor. Cuando éste fue informado de la demasía en la evaluación, quiso hacer partícipe al grupo de lo que ocurría.
El satisfecho maestro comentó tan noble gesto a aquella horda y la reacción fue infame. Mientras Mario se dirigía a su pupitre fue recriminado por su honestidad. El rosario de insultos y reproches que recibió fue bochornoso. Se le tachó de gilipollas, marica y pelotillero, pero lo que más se le reprochó fue su ingenuidad.
- ¡Toooonto!. Enfatizaban por lo bajo los más cerriles.
Mario, muy dignamente, corrigió a aquella chusma:
- No soy tonto, soy honrado.
Algunos enmudecieron pero para otros fue la espoleta para endurecer sus insultos.
Por suerte la película acabó bien: El profesor premió su actitud reconociendo su aptitud.

sábado, 2 de diciembre de 2006

VENTANA SUR (I).

Los pájaros comienzan a despabilarse antes de inundar el cielo raso que promete el dia
Amanece en Úbeda y la luz se asoma poco a poco por el Este.

viernes, 1 de diciembre de 2006

LA INQUILINA.

Anita, -ahora Ana a instancia de Jose-, ha llegado a Úbeda y se ha instalado en un cuartito de la casa. Ha firmado un contrato en el Hospital que al parecer “va pa largo”. Atrás queda la incertidumbre de cuando y donde requerirán sus servicios, amén de su marido destinado en un pueblo de la sierra de Huelva.
Llega hecha un manojo de nervios. Le inquieta pensar que éste pueda ser el primero de más cambios y si será capaz para adaptarse a ellos. Perdida en un mar de dudas, le invade un enorme desasosiego al ver que su marido está allí y ella aquí. Le preocupa enormemente que esté bien. Parece olvidar que los días necesarios para adaptarse a esta nueva situación pasarán, ofreciendo una perspectiva mas amable de los acontecimientos.

Como voy a dedicar un tiempo al estudio, me pide que le recomiende un libro de mi biblioteca. -Le sugiero “Siddhartha” de Hermann Hesse-. Pasamos la tarde entre libros, sándalo, té y un poquito de jazz muy bajito. Más tranquila, la descubro sabedora de que aunque el futuro viene condicionado por el presente es ahí, -en el presente-, donde debemos mantener nuestra atención para poder acercarnos a comprender lo que ya ha ocurrido y crear las condiciones más convenientes para que lo que ha de venir nos resulte oportuno. Sabe que lo importante no es lo que ocurre sino la actitud que se adopta ante cualquier situación.
Este fin de semana se marcha al pueblo para encontrarse con su añorado marido. Con seguridad hablarán de planes de futuro y se recordarán que han de cuidarse a si mismos mientras el otro no esté cerca, pero lo mas importante es que se regodearán en su amor saneado por la distancia.
Imagen: La habitacion de Arles de Van Gogh. 1889. Óleo sobre lienzo (57 x 74 cm) . Museo de Orsay, Paris.

____________________________________________

Para el que sabe ver todo es transitorio