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martes, 27 de febrero de 2007

EN ESTOS DIAS.

NICO – These days. (1967).
De vez en cuando me gusta escuchar la robusta -a la par que dulce- voz de esta cantante, modelo y actriz alemana. Aunque la dulzura de Nico me parece venir acompañada casi siempre de un sentimiento muy íntimo, oscuro, paradójicamente cercano a la amargura. Si es que lo dulce puede ser a la vez amargo, -que creo que si-.
Esta canción, incluida en su disco "Chelsea Girl", tiene un notorio ramalazo de nostalgia, ese sentimiento a caballo entre la tristeza de lo ausente y el regocijo de lo vivido. En “estos días”, donde las nubes se abren para dejarnos ver de nuevo el sol, es cuando me ha apetecido escucharla. Espero que la disfruteis.
I've been out walking /
He salido a pasear
I don't do too much talking these days, /
No hablo demasiado en estos días,
These days. /
Estos días.
These days I seem to think a lot /
Estos días parece que pienso mucho
About the things that I forgot to do /
en las cosas que olvidé hacer
And all the times I had the chance to. /
y todas las veces que tuve la oportunidad de hacerlas.

I've stopped my rambling, /
He dejado mis divagaciones
I don't do too much gambling these days, /
No me arriesgo demasiado en estos días,
These days. /
Estos días
These days I seem to think about /
Estos días parece que pienso en
How all the changes came about my ways /
como ocurrieron todos los cambios en mi camino
And I wonder if I'll see another highway. /
y me pregunto si veré otra autopista.

I had a lover, /
Tuve un amante,
I don't think I'll risk another these days, /
No creo que me arriesgue con otro estos días,
These days. /
Estos días.
And if I seem to be afraid /
Y si parezco estar asustada
To live the life that I have made in song /
de vivir la vida que he hecho en una canción
It's just that I've been losing so long. /
Es sólo que llevo perdiendo demasiado tiempo.

La la la la la, la la.

I've stopped my dreaming, /
He detenido mis sueños
I won't do too much scheming these days, /
No haré demasiados planes estos días
These days, /
Estos días.
These days I sit on corner stones /
Estos días me siento en las piedras de las esquinas
And count the time in quarter tones to ten. /
y cuento el tiempo en tonos de cuartos hasta las diez.
Please don't confront me with my failures, /
Por favor, no me enfrentes con mis fracasos,
I had not forgotten them. /
Todavía no los he olvidado.

jueves, 22 de febrero de 2007

VENTANA OESTE (IV).

Al anochecer comienzan a construirse los sueños.

domingo, 18 de febrero de 2007

PIEDRAS.

Expresar lo que se piensa y/o siente de una manera cabal, sincera y con sentido es una tarea harto complicada. No ya por nuestras propias limitaciones en el uso del lenguaje sino porque casi siempre supone un esfuerzo titánico enfrentarse a uno mismo para poder revelar los frutos de nuestros procesos mentales. Además, no siempre se sale airoso de esa lucha interna. Aunque en muchas ocasiones disfrutemos las mieles de haber conseguido exteriorizar las virtudes que atesoramos, en otras incurrimos en nuestro propio ostracismo simplemente porque no encontramos una manera satisfactoria de comunicarnos con los demás. Para algunas personas la búsqueda de esa forma de expresión que mejor trasmita sus emociones, creencias, ideas, sensaciones, preferencias,... es una tarea constante. Aunque creo que todos lo hacemos por escueta o férrea que haya sido nuestra educación o escaso que sea nuestro bagaje o sentido artístico. El aprendizaje es la característica del hombre que nos ayuda en esa búsqueda y negarse a aprender es sumirse en el pozo del aislamiento, la ignorancia y el sufrimiento. Pero bueno, no quiero apartarme demasiado de donde quería ir.
Por mi parte, ya en tiempos de instituto encontré a través de la pintura, una manera de exteriorizar lo que sentía desarrollando de una manera autodidacta una técnica para adornar piedras que con el tiempo se convirtió en algo más que una simple distracción.
Todo empezó por casualidad. Movido por la pasión de una primera relación, sentía la constante necesidad de sorprender a la chica a la que dirigía mi afecto asi que ideaba mil y una maneras de decirle lo que sentía. Fue entonces cuando pinté mi primera piedra. Aunque no recuerdo muy bien el contenido, puedo imaginar lo infantil y cursi del motivo que decoraría aquel mi primer canto rodado. El tiempo hizo que se conociera mi habilidad y recibiera peticiones de los más allegados para que les pintara algún blanco guijarro o un trocito de mármol. Aunque la verdad es que no hice muchas, afortunado aquel que conserve alguna.
Fue durante los años correspondientes a mi veintena cuando no solo fui perfeccionando la técnica, sino que además del entretenimiento, descubrí nuevas utilidades a aquella tarea de pintar piedras. Como estaban hechas para gustar, ponía todo mi empeño en transmitir lo mejor de mí, lo que me llevaba a realizar mis primeras incursiones en el proceloso mar de mis más nobles y perversos sentimientos. Su ejecución me llevaba algún tiempo, por tanto procuraba elegir cuidadosamente de entre los solicitantes a aquel que “me dijera algo” o simplemente que mejor pudiera valorar el tiempo y el esfuerzo que dedicaba al asunto. Era un requisito casi indispensable para poder dotar de alma a mis pétreos lienzos. De alguna manera regalar piedras se convirtió en una seña de identidad para demostrar mi afecto. Y así sigue.
El proceso de elaboración consistía en una auténtica meditación que además de permitirme profundizar en mis sentimientos, resultaba ser un ejercicio para indagar en las ideas, gustos y motivaciones de la persona para la que estaba destinada el pedrusco -todo para conseguir que le gustara-. Accedía así a un plano donde mi mente estaba con el destinatario de la piedra al margen de su presencia física, una oportunidad realmente propicia para llegar a tener un conocimiento mas profundo de esa persona. Más tarde reconocería en mi afición por pintar piedras -salvando las distancias-, la práctica de la meditación a través de mandalas.
Hace bastante que no me abstraigo entre el esmalte, los lápices, la tinta china y todos los materiales de los que me servía para pintar piedras. No hace mucho ideé una en sueños que... cualquier día me pongo.

miércoles, 14 de febrero de 2007

EL BAILE.

Como la tendencia de Ana era -es-, ver la exasperante “novela” del canal autonómico y a mí -para su desconcierto- me entusiasma la misantrópica personalidad de "House", me he visto abocado a proponer alternativas para poder compartir nuestra ración diaria de televisión de una manera algo más jugosa. Así que ahora por las noches y desde hace algún tiempo obviamos las alienantes series que nos dispensa la caja tonta y echamos mano de la videoteca para ver algunas películas (“Laura” de Otto Preminger, “21 gramos” de Sam Mendes, “Wilbur se quiere suicidar” de Lone Scherfig, “Azul oscuro casi negro” de Daniel Sánchez Arévalo,…) o hacer nuestra particular reposición de viejas series que curiosamente, han sido recibidas por su parte con verdadero entusiasmo. El mes pasado nos deleitamos con “Marco Polo”, una serie de los años 80, musicada por Ennio Morricone que disfrutamos una barbaridad y en este mes hemos empezado a ver “Doctor en Alaska” que ella en su día no vio y a mi no me importa recordar.
La semana pasada estuve enfermito con una gripe de esas de “agárrate y no te menees”. La fiebre se apoderó de mí durante un par de días y la verdad que no andaba muy católico para disfrutar plenamente de las peripecias del doctor Fleischman y sus amigos. Durante la convalecencia no dejaba de recordar la escena donde el tío de Ed revela al medico neoyorquino que el baile es la mejor cura. Cuando el malestar me daba alguna tregua me daban ganas de ponerme en pie e imitar al viejo indio: ¡Hei, hei, wo wo wo!, pero la fiebre me había dejado sin equilibrio y estaba seguro de que el dolor de cabeza no se mostraría transigente en que yo entonara cántico alguno, además podía haber resultado un verdadero aprieto para la amiga residente que haciendo las veces de enfermera, hubiera podido pensar que definitivamente habría perdido la cabeza.
Ahora, sin fiebre y con el equilibrio recobrado, me atrevo a experimentar el carácter preventivo del baile.
¡Hei, hei, wo wo wo!,… ¿Te animas?.

domingo, 11 de febrero de 2007

COMO UNA PLANTA. (2007).

(POEMA VISUAL CON PRINCIPIO... Y FINAL).

Si alguna vez no estás conmigo,...

martes, 6 de febrero de 2007

EL MUNDO POR MONTERA.

Durante la celebración de las fiestas de la ciudad vecina a mi pueblo, la oferta de espectáculos taurinos convoca a muchos parroquianos de las poblaciones colindantes que deseosos de contemplar un poco del arte de Cúchares, responden entusiasmados a la colorida y rimbombante cartelería desplegada por los bares y comercios de la comarca.
No recuerdo muy bien que fue lo que me llevó a la única corrida de toros que he visto en mi vida. La curiosidad supongo, -como siempre-, aunque también tuvo que ver el haberme dejado llevar por el ambiente festivo que reinaba en la taberna donde surgió la idea y el sopor en el que me encontraba debido al vinillo con el que nos estábamos convidando. Entregado por completo a “la exaltación de la amistad”, quise sumarme a una pequeña expedición de aficionados a la tauromaquia que entre copa y copa, celebraba las faenas más notables del elenco de espadas del cartel del día de autos.
Después de solucionar el sencillo tramite de conseguir las -para nada baratas- entradas, allí estaba, expectante a lo que ocurriera en aquel coso abarrotado de un excéntrico público ataviado con sombreros de paja y gafas de sol que desplegaba divertido todo un arsenal de bocadillos, taperwares, botas de vino y cigarros -a cual mas grande-, para entregarse al espectáculo de sol y sangre que vendría a continuación. Me hubiese gustado poder leer el artículo que hubiera podido escribir Joaquín Vidal, aquel crítico taurino que otrora tanto me divertía en El País con sus crónicas, de haber presenciado tamaño despropósito.
La corrida comenzó recibiendo a las cuadrillas entre aplausos y comentarios distendidos sobre que diestro era el más tal o cual cosa y donde habían lidiado cada uno antes de esa tarde. Para cuando acabó el paseíllo, el olor a chorizo de Cantimpalo ya inundaba todo el tendido.
Sonaron clarines mientras los subalternos se colocaban estratégicamente por la arena refugiados en los burladeros. El diestro permanecía apartado. La expectación era total.
Se abrió la puerta de toriles y salió el primero de la tarde, un magnifico animal de color negro y media tonelada de peso, que entró en el coso más bien con pinta de estar huyendo de algo que de querer participar en la fiesta. Fijó su mirada en el subalterno que le esperaba y embistió. Fue engañado de un capotazo y desconcertado continuó su camino hasta que divisó un segundo peón que hizo lo propio. El toro miró entonces a su alrededor como si buscara la salida de aquel recinto hasta que se le cruzó un tercer individuo que con una filigrana le dejó confundido en medio de la plaza. Sin duda estaba siendo toreado. Entró en escena el “maestro” que veroniqueó al bovino mientras alrededor de la plaza procesionaba amenazante un ciego caballo ataviado con un peto hasta los tobillos que iba cabalgado por un torero con distinto sombrero portador de una larga pica. Cuando el diestro dejó al astado delante del caballo mediante una revolera, intuí que la parte incruenta del espectáculo había acabado.
Se inició entonces un rosario de ancestrales técnicas de humillación que terminaron solo cuando murió el toro. Aquel grupo de hombres orquestado por su enjuto maestro no escatimaron esfuerzos en marear, pinchar, golpear (en el hocico) y estoquear a aquel animal y a cada demostración de su oficio la gente, deseosa de aplaudir, jaleaba cualquier gesto que el torero tuviera por poco ortodoxo que éste fuera. Aquel respetable (aunque a medida que avanzaba la tarde cada vez me lo pareciera menos), celebraba desde la pérdida de una manoletina en el primer revolcón que sufrió el diestro hasta el buche de agua que éste escupía para librarse del polvo de su garganta levantado en aquel baile de muerte.
El primer toro -de los seis que morirían esa tarde-, sucumbió a aquella atroz espiral de tortura, después de recibir una estocada a volapié tan baja que de entre el público se oyó la voz de un veterano aficionado murmurar: ¡Clávasela en el ombligo!”. El animal murió certificando el sinsentido de la violencia allí demostrada. Un macabro sortilegio que convirtió aquel majestuoso animal en un amasijo de sangre y carne inerte.
El espectáculo continuó sucediéndose en las carnes de los siguientes animales demasiadas barbaridades que atentaban a la cordura y aunque yo conocía poco aquel percal, mi sentido común me advertía de los desatinos que iban cometiendo las cuadrillas protagonistas, más pendientes de agradar al encendido público que de evitar sufrimiento innecesario a los aturdidos contendientes del otro bando. El sector más fanático se manifestaba insolentemente de parte de los toreros pareciendo estar ciegos ante las mediocres dotes de matarifes que sus idolatrados diestros estaban demostrando en aquel desigual duelo escaso en arte y sobrado en malas artes.
Con la misma sensación que pudiera tener un cordero en una guarida de lobos, me resigné a ser testigo de la humillación y muerte de aquellos desdichados animales, a los que no solo se les torturó sino que además fueron ultrajados después de muertos ya que para agradar al respetable, se repartieron las orejas -alguna acabó en las manos de algún aterrado niño-, rabos y… ¡una pata!, gesto que tuvieron que explicarme reiteradamente que sí, que era correcto concederla como trofeo. No podía creer que aquello estuviera ocurriendo. Alguno de los toros fue arrastrado aún con vida.
Un espanto.
Nos retiramos de aquel circo entre justificaciones de la “mala tarde de los diestros”. Se argumentaba que actuaban en una plaza de poca categoría y su entrega no era tanta como si torearan en plazas de mayor postín o que los toros de aquella ganadería eran demasiado mansos, pero nadie hizo comentario alguno sobre el sufrimiento de los animales.
Cuando me preguntaron como lo había pasado con la peña contesté que bien, exceptuado el rato de la corrida.
La ignorancia implica sufrimiento pero la combinación entre innecesarias tradiciones y la ineptitud de quienes las practican -por activa o por pasiva-, puede llegar a ser verdaderamente aterradora.

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Para el que sabe ver todo es transitorio