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sábado, 29 de marzo de 2008

INVITACIÓN.

LA BUENA VIDA - Surquemos el cielo entero. 1999.
Es sorprendente cuando alguien nos invita a lo que deseamos, justo en el momento en que lo necesitamos. Algo así como encender la radio y que suene la canción que queremos oír.

Fantástico día azul nos brinda el tiempo
magnífico porvenir se deja ver

Trazando una meta igual que un cometa
surquemos un cielo entero

Acompáñame, dime que sí

¿Cómo, cómo me ocurre esto a mí?
yo que era un pobre infeliz; no me lo creo ...

Estoy alucinando, si ando como ando,
si digo lo que digo es porque tú estas
conmigo, tú estas conmigo

Trazando una meta igual que un cometa
surquemos un cielo entero

Arrímate y sigue mi rumbo
a lo largo y ancho del universo, es eterno

Si tú estás aquí, si vienes junto a mí

Trazando una meta igual que un cometa
surquemos un cielo entero

jueves, 27 de marzo de 2008

DEVANEO. Seis.

Para llamar mi atención, adornas con un garabato el níveo folio en el que me dispongo a escribir. Añado un par de trazos al pintarrajo y consigo que se parezca a una flor. Tu luminosa sonrisa le da color.

miércoles, 26 de marzo de 2008

EL CINE.


Escena: "La noche americana" de François Truffaut. 1973.

sábado, 22 de marzo de 2008

CON PASIÓN.

La humanidad está encadenada a la idea
“yo soy el que actúa”;
está adherida a la idea
“otro es el que actúa”.
No se han dado cuenta
ni han visto que esa es la espina.
Pero no existe:
“yo soy el que actúa”
ni “otro es el que actúa”,
para aquel que, cautamente,
ha visto esta espina.
La humanidad está llena de vanidad,
atada por la vanidad,
encadenada por la vanidad;
y utilizando airadas palabras
en la defensa de sus doctrinas
no escapa al ciclo de las reencarnaciones.
Sutta Pitaka. Udana. Capitulo VI-Sección 6: “Las variadas sectas III”.

Continuamente estamos arguyendo como deberían ser las cosas, que pasaría si llegásemos a alcanzar un ideal o si nos abstenemos de hacer algo para conseguirlo. Y claro, en semejante clima, es lógico pensar que acabemos creyendo -o convenciendo a alguien de-, que todo ha de ser tal como lo formulamos o lo interpretamos, pese a que por lo común, presentemos serias dificultades para poner en práctica cualquiera de nuestros más venerables discursos. A falta de que alguien pase a la acción para marcar el camino, es fácil y habitual que sean los más “creyentes” y/o los más “convencidos” los que tomen la iniciativa.
Respondiendo a ese carácter inherente al ser humano, mitad necesidad, mitad miedo, a no perderse nada, a no equivocarse o extraviarse, a no ser excluido de nada, tendemos a desplegar la parabólica para detectar que se esconde detrás de todo gesto ajeno. “¿De que va éste?”, nos preguntamos en nuestra urgencia por descubrir el carácter mesiánico o pérfido de cualquier actitud. Es frecuente ver como concluimos que alguien es diferente a los demás, no cuando nos sermonea -por muy justo e inocente que parezca su discurso-, sino en el momento que intenta llevar a la práctica el contenido de su oratoria. Y peor, desde nuestra indolencia, valoramos el grado de nuestra afinidad o conveniencia para aceptarlo como modelo o nos recreamos en la idea de que nosotros podríamos hacerlo mejor.
Tendemos a recelar de quien se atreve a hacer algo distinto a lo que normalmente venimos haciendo o esperamos que se haga. Recelamos de cualquier gesto amable y cordial pensando que tras él hay un Judas, un traidor descubriendo -evidenciando en definitiva-, cuanto somos (nuestro quietismo, nuestra inconsecuencia, la desazón a la que nos conduce nuestro apasionamiento,..), mientras paradójicamente, seguimos esperando que alguien haga algo que nos ayude a lograr lo que creemos que sería una mejora en nuestras vidas.

Imagen: "El beso de Judas". Anonimo, siglo XII.

miércoles, 19 de marzo de 2008

VENTANA SUR (VIII).

A la caída de la tarde, quedan quedas las palomas.

jueves, 13 de marzo de 2008

DESCORAZONADA.

"Si a mí no me faltaran
mi hembra y sus lunares,
sabrían en el Madison
que el cante grande es lo que vale".

“La gloria de Manhattan” de Javier Ruibal. 1994.

Me pasa que, a veces,
solo a veces,
me abate una vil dolencia:
tu intermitente presencia
me angustia, si no apareces.

Y entonces requiero
anunciar que te quiero,
gritándolo al aire.

A modo sucede que,
-por un momento-,
la fastidiosa insistencia
de mi indomable prudencia,
me encamina al desaliento.

A la sazón, necesito
denunciar con un grito
que nada es amable.

Convendrás conmigo que
apena vernos,
-tú perdida en la indolencia,
yo en el dolor de tu ausencia-,
cara a cara, sin poder tenernos.

A veces, necesito
expresar en un grito
que no estoy pa nadie.

Imagen: "Jeanne Hébuterne sentada" de Amadeo Modigliani. 1918.

domingo, 9 de marzo de 2008

DEVANEO. Cinco.

En el patio de un colegio, busco en el bolsillo de mi gabán los caramelos que reforzarán la amabilidad con la que me saludan algunos párvulos. Levanto la vista del remolino que se crea a mi alrededor para reconocerme en ese niño recluido en el aula, que mira tras los cristales de la ventana como si se estuviera perdiendo algo importante.

jueves, 6 de marzo de 2008

CAJA DE MÚSICA.

Una pieza más que recomendable para iniciarse en la “jazz-melomanía” es "Waltz for Debbie" del pianista Bill Evans. Subo aquí dos versiones de esta composición en las que él mismo conduce el piano.
La primera es del trío con el que llegó a funcionar como un reloj. Una versión en la que destaca la elegante comunicación entre los músicos: las notas de los instrumentos de Evans y LaFaro, en principio, caminan juntas -como dadas de la mano-, pero cuando el pianista aprieta el paso, -justo en el momento en el que Motian parece unirse a la expedición-, el diálogo de los tres maestros es, sencillamente, radiante. Juegan las notas de las cuerdas, se imitan, se esperan, se festejan,... mientras el primoroso ritmo de la batería las remarca para acabar de perfilar este precioso tema.
En la segunda versión se añade la voz de Monica Zetterlund para convertir la pieza más célebre de este sin par pianista en casi una canción de cuna. Una lectura dulce, aun cuando está interpretada desde la rudeza de su sueco natal.

Bill Evans (p), Scott LaFaro (b), Paul Motian (d). (1961).

Bill Evans (p), Mónia Zetterlund (v) Chuck Israels (b), Larry Bunker (d). (1964).

¿Sabéis que?,… Creo que de haber tenido una caja de música, me habría gustado que al abrirla se dibujaran en el aire las notas de esta mágica melodía.

domingo, 2 de marzo de 2008

VIDA PERRA.

El trabajo que realizábamos con Rolando se basaba en la expresión corporal y la espontaneidad. Eran muchos los juegos de improvisación que el chileno nos proponía, sobre todo para relajarnos, elevar nuestra estima y reforzar la confianza del grupo de adolescentes que éramos. Las tardes pasaban entre risas y relajadas conversaciones donde nos asomábamos a nuestros fondos a través de la opinión que nos merecía conceptos como los de dios, el más allá o la vida alienígena.
Como la inquisitiva sombra del concejal de cultura sobrevolaba nuestras cabezas, tácitamente Rolando estaba obligado a demostrar la rentabilidad de su trabajo poniendo en escena la labor que veníamos realizando, asi que entre risas y debates, nos afanábamos en preparar el espectáculo que representaríamos en las fiestas del pueblo. La función consistiría en la escenificación de varios números clásicos de mimo (“La pulga”, “El pelo”, “David y Goliat”,…) y una obrita corta que desarrollamos mediante la improvisación a partir de la breve sinopsis que nos propuso el chileno, un pequeño montaje donde contábamos la delicada e inquietante historia de un hombre a quien la presión de una ingrata y exigente sociedad le lleva primero a la desesperación y mas tarde a la locura. Llevaba por titulo “El Hombre Que Se Convirtió En Perro”.
La historia tiene un buen comienzo: una joven pareja de recién casados prepara con ilusión la humilde casa que va a habitar. Hablan de planes de futuro y de los pasos que seguirán para conseguir lo que desean: una feliz vida tradicional, despreocupada y sin sobresaltos. Disfrutan del amor que se profesan y se entregan con entusiasmo a la rutina de sus vidas, ella como excelente ama de casa y él como abnegado empleado en un comercio. Pero esta historia acaba en tragedia y el momento en que todo comienza a ir mal se puede situar cuando la empresa donde trabaja el protagonista decide reducir plantilla, despidiendo a los últimos que fueron admitidos, nuestro personaje entre ellos. La pérdida de su empleo es la primera de una serie de circunstancias que van minando el ánimo del hombre hasta más allá de lo que puede soportar.
Aunque enseguida se pone manos a la obra para encontrar un nuevo trabajo -que vuelva a situar las cosas en su lugar-, sólo después de invertir bastante tiempo y esfuerzo -y por muy surrealista que parezca-, el único empleo que le ofrecen es el de trabajar como perro guardián en un edificio de oficinas. En principio se muestra reacio a asumirlo, pero las deudas y préstamos contraídos con comercios y bancos le obligan a aceptar tan insólito trabajo. Se entrega así a una labor denigrante donde además de trabajar día y noche, tiene que actuar como se espera que actúe un perro cancerbero. A cada rato es corregido por su patrón que le obliga no solo a ir a cuatro patas y ladrar cuando alguien se acerca, sino también a usar la destartalada caseta para perros de la entrada del edificio y a no abandonar su puesto ya llueva, truene o nieve.
Su ánimo y su salud se van resintiendo a medida que pasan los días. Sin decir nada a su esposa para no preocuparla, decide abandonar el trabajo esperanzado en encontrar algo mejor, pero pasa el tiempo y su situación, lejos de mejorar, se agrava cuando al recibir la noticia de que esperan un hijo, vuelve a aceptar el mismo empleo -esta vez con peores condiciones: más horas y menos dinero-.
A fuerza de actuar como un perro, nota como cada vez le cuesta más dejar de hacerlo. En casa prefiere comer la carne cruda o las sobras de la comida -cada día más frugal-, que prepara su mujer y cuando oye voces en las escaleras, corre como loco a ladrar detrás de la puerta. Llega a no ser consciente cuando olisquea las esquinas antes de orinarlas sin ningún reparo -y para asombro de los viandantes-; cuando persigue a los coches en marcha o gira sobre sí tratando de morderse los faldones de la camisa. Con la razón trastornada y sin dinero para que un médico trate su mal, acaba siendo abandonado por su mujer que aterrada trata de poner a salvo a su hijo. La escena final muestra a un hombre completamente enajenado, aullando por las calles e intentando morder a la gente, hasta que unos operarios del ayuntamiento lo atrapan para llevarlo a la perrera.

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Para el que sabe ver todo es transitorio