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sábado, 24 de mayo de 2008

DEVANEO. Diez.

El peso de lo presenciado me obliga a caminar con la cabeza gacha. El suelo revela entonces la sobrecogedora visión del rastro de otros pasos. Impetuoso, lapida mis ojos con todo lo que alberga, como queriendo desprenderse de lo que no le pertenece: la luenga colilla manchada de un carmín cárdeno, el ala mutilada de un pájaro joven, papeles -otrora blancos-, impresos de mugre, barro y humo, piedras raptadas de otro lugar,...
A cada paso que doy, el suelo me relata su versión de lo que ocurre.

jueves, 22 de mayo de 2008

VADE IN PACE.

De vez en cuando deberíamos recordar que las guerras comienzan en la segunda bofetada, no en la primera. O como escribiera el poeta mexicano Amado Nervo en estos versos recogidos en su libro "Elevación" de 1917:

¡Si una espina me hiere, me aparto de la espina,
…pero no la aborrezco! Cuando la mezquindad
envidiosa en mí clava los dardos de su inquina,
esquívase en silencio mi planta, y se encamina,
hacia más puro ambiente de amor y caridad.
¿Rencores? ¡De qué sirven! ¡Qué logran los rencores!
Ni restañan heridas, ni corrigen el mal.
Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores,
y no prodiga savias en pinchos punzadores:
si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,
se llevará las rosas de más sutil esencia;
y si notare en ellas algún rojo vivaz,
¡será el de aquella sangre que su malevolencia
de ayer, vertió, al herirme con encono y violencia,
y que el rosal devuelve, trocada en flor de paz!

domingo, 18 de mayo de 2008

ES CUESTIÓN DE PROBAR.

La pacata aunque sofisticada voz de Blossom Dearie -frágil, ingenua, casi infantil pero para nada deleznable-, puede ser el rumor perfecto que acompañe una tranquila tarde de domingo, mientras -por ejemplo-, disfrutas el presente entre fogones, plantas y pompas de jabón.
El ambiente que crea “Try your wings” invita, como poco, a escuchar lo que dicta el corazón.

Blosson Dearie (v, p), Ray Brown (b) Herb Ellis (g), Jo Jones (d). (1958).

If you've never been in love
Si nunca te has enamorado
and you're longing for the happiness it brings
y anhelas la felicidad que conlleva,
try your wings.
prueba tus alas.

If you're hungry for the sound
Si estás ávido del murmullo
of a lover saying sentimental things
de un amante diciendo cosas tiernas,
try your wings.
prueba tus alas.

Even the tiniest bluebird
Incluso el más diminuto pajarillo
Has to leave its nest to fly
tiene que salir del nido para volar.
What a bluebird can do
Lo que un pájaro puede hacer,
you can do too, if you try
puedes hacerlo también, si lo intentas.

If you've always had a dream
Si siempre has tenido un sueño
but you've been afraid that it would not come true, hitherto
pero has tenido miedo de que no se hiciera realidad, hasta ahora,
fall in love and you will find
enamórate y encontrarás
that it's just what you've been dreaming of.
justamente eso que has estado soñando.

A first love never comes twice
Un primer amor nunca viene dos veces
so take this tender advice
por eso, sigue este amable consejo:
When it comes, try your wings
Cuando llegue, prueba tus alas
and fly to the one you love
y vuela hacia quién ames.

Escena: "Mi vida sin mí" de Isabel Coixet. 2002.

miércoles, 14 de mayo de 2008

VENTANA SUR (X).

Me gusta mirar al Sur de Este a Oeste.
-aunque, también me gusta mirar al Norte de la misma manera-.

domingo, 11 de mayo de 2008

EL CIGARRITO.

Nunca imaginé que aceptar el ofrecimiento de mi compañero de trabajo implicaría tanto movimiento. Si bien ya conocía la consistencia de su carácter, hasta que conviví con él, no supe lo arraigada que tenía esa actitud suya, tan solidamente cimentada sobre la constancia, la tenacidad y el compromiso.
Aunque procuraba disimular el ánimo mortecino en el que me encontraba, parecía que mi incansable y discreto camarada estaba empeñado en que no acabara “metido en el morral” y ya antes de quedar instalado en la habitación que me había ofrecido, me hizo partícipe de todas y cada una de las actividades que emprendió hasta habitar el pisito que elegiría para nuestra común andadura. Su situación por aquella época tampoco era demasiado halagüeña, acababa de separarse y a ratos tenía la cabeza en otra parte, por eso ahora creo que, mantenerse activo e invitarme a acompañarlo en aquella etapa de su vida, fue la mejor manera que encontró para no venirse abajo.
El primer paso que dimos fue la maratoniana búsqueda de una vivienda a través de agencias inmobiliarias, anuncios por palabras y paseos por toda la ciudad explorando los carteles de “se alquila” que pudieran haber colgado en cualquier balcón. Yo me hubiera contentado con arrendar cualquiera de los pisos que vimos en un principio, pero su afán por conseguir algo “bueno, bonito y barato”, casi acaba con el poco espíritu que me quedaba. -Creo que mi paciencia se desvaneció en la cuarta visita a la tercera inmobiliaria-.
Cuando por fin se decidió por que ocupáramos un pequeño ático en una de las avenidas más transitadas de la ciudad, (la elección había de ser suya, yo era un invitado que, aunque ayudaba escuetamente en el pago del alquiler, nunca perdí de vista la transitoriedad de mi estancia), se empeñó en que aquel pisito necesitaba una mano de pintura, así que, después de pedir permiso al dueño, emprendimos un nuevo periplo que nos llevaría a dejar aquel ático como los chorros del oro. Una aventura que pasaría por incontables brochazos, mezclas y pruebas de colores, confección de plantillas y alguna que otra corrección sobre la marcha, sumando, claro está, las innumerables idas y venidas a los almacenes de pintura para elegir colores, buscar el asesoramiento del vendedor o cualquier utensilio que no hubiéramos tenido en cuenta en su momento. Sería la falta de costumbre pero el caso es que, al llegar la noche, llegaba al eventual catre instalado en mi pequeña habitación -abarrotada de trastos-, muerto de cansancio.
Luego vendría colocar el mobiliario. Primero buscamos sitio a los escasos muebles que se amontonaban bajo plásticos en el centro de las estancias -los muebles que desechó su mujer tras desmantelar su casa-. Una tarea que requirió su esfuerzo, ya que había que aprovechar al máximo el reducido espacio del que disponíamos y el amigo, metro en mano, no cesaba de andar de aquí para allá tomando medidas y utilizando cualquier trozo de papel para esbozar como quedaría cada habitación. En muchas ocasiones solo me limitaba a observar y esperar diligentemente para prestarle ayuda: asir el extremo del metro, cambiar algo de sitio, o sujetar la escalera. Nunca terminaba de percatarme totalmente de lo que pasaba por su cabeza, hasta que de cuando en cuando -quizá cuando me veía algo perdido-, se daba un descanso -momento que aprovechaba para fumar-, y me pedía opinión. Salíamos en busca de alguna cosa que se necesitara, para pedir presupuestos en carpinterías o localizar comercios donde más tarde comprar los enseres que echaba en falta.
La casa iba tomando forma y ya podíamos prescindir de bocadillos y preparar alguna comida en la cocinilla que compramos de segunda mano a un tipo que regentaba algo más parecido a una chatarrería que a un comercio. Aunque ya podíamos permitirnos disponer de más tiempo para guisar, sentarnos a la mesa o disfrutar de momentos de descanso más largos, mi colega no cesaba de idear, recomponer, medir, raspar, trasladar,… cuando se le ocurría alguna mejora en la habitabilidad de nuestro -cada vez mas-, primoroso ático. Yo procuraba estar siempre presto a brindar la ayuda que necesitara, lo que me sumía en un estado de perenne disponibilidad que me hacia llegar a la cama rendido.
Pero por fin el esfuerzo, mereció la pena. Cuando terminamos de pintar y colocar cada cosa su sitio y solo quedaba explayarnos en los detalles, llegó el día en el que empezamos a disfrutar de la terraza que previamente habíamos dejado como una patena. Preparamos la cena -con vinito y todo, teníamos que celebrar- y nos sentamos a la mesa -todavía provisional para él-, para relajarnos tras el trabajo. Mientras comíamos me hacía participe de lo que pensaba hacer al día siguiente y aunque se le veía tranquilo, la inercia del día le hacia hablar como si todavía estuviera metido en faena. Pero, llegado el momento, después de llenar la panza con las viandas y el vinillo, me sorprendió que me pidiera permiso para coger uno de mis cigarros -¡fumaba!,…y no lo sabía-. Cogía el pitillo lo mismo que si estuviera pintando, con sumo cuidado, como si no quisiera mancharse los dedos. Fue ahí donde verdaderamente pude verlo relajado. Su conversación era otra, hablaba de lo bien que se encontraba, con el cielo plagado de estrellas sobre nuestras cabezas y la agradable brisa de primavera que soplaba aquella noche. Pude saber entonces por lo que estaba pasando y que le preocupaba.
Mientras duró nuestra convivencia, no hubo día en el que no ideara algo que hacer. Mientras hubiera luz, siempre andaba enfrascado en cualquier cosa e invitándome a participar de todo lo que iniciaba: el arreglo de un enchufe, la medida de ventanas para colgar cortinas, salir en busca de tiestos y plantas, cuadros,… cualquier detalle. Siempre ocupado. Pero al llegar la noche, mientras cenábamos, se permitía su descanso para poder hablar de nuestros proyectos e ilusiones o conocer nuestra filosofía de la vida y tras la cena, le gustaba premiar el esfuerzo diario, fumándose su cigarrito.

miércoles, 7 de mayo de 2008

DEVANEO. Nueve.

Sonrientes volutas de humo se apresuran en el aire para formar lágrimas en mis ojos. La carcajada del cigarro chisporrotea en el cenicero.

sábado, 3 de mayo de 2008

LOS MISMOS.

Que desatino. No sé,… será cosa mía.
El caso es que toda la gente que sale en las encuestas televisivas que muestran “la opinión de la calle”, me parece la misma. En Semana Santa me pareció ver -paraguas en mano-, llorar desconsoladamente porque no podían sacar el paso de sus cofradías, a los que antaño se quejaban de la escasez de lluvia. Ahora, las mismas caras que ayer opinaban quejumbrosas sobre los descomunales atascos desde las ventanillas de sus coches, comentan alborozadas como están disfrutando estos días en las playas abarrotadas de gente.
En fín, no sé,... puede que no halla mirado con atención.
Escena: "La venganza de Don Mendo" de Fernando Fernán-Gómez. 1961.

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Para el que sabe ver todo es transitorio