EL INTERMITENTE.
El crujido hizo mirar a la empleada de “Unicaja”, -la misma a la que pago cada mes la factura del teléfono-, que se afanaba en disfrutar un urgente cigarrillo matutino en la puerta de la sucursal.
Me miró, la miré y el ruido debió sonarle a problemas porque, de un capirotazo, se deshizo del pitillo y desapareció discretamente dentro de la Caja, renunciando a ser testigo de más.
Inconscientemente, mi mirada buscó algún otro espectador o quizá al mismo dueño del vehículo. Cuando ya pensaba que tendría que usar un “post-it” para dejar mi número de teléfono en el parabrisas del Ford, algo me hizo mirar hacia arriba para descubrir a una señora que desde su balcón contemplaba la escena.
- ¿Sabe de quien es el coche?, -interrogué a la señora de la atalaya-.
- No se. –dijo-. Pregunte usted en la tienda de la esquina.
Si sabía. El señor que regentaba el negocio era la persona que buscaba. Un señor mayor que le costó salir de detrás del mostrador creyendo -quizá- que iba a venderle algo. Cuando le dije lo que había pasado, se le escapo un “valla por dios” de contrariedad.
Le pedí disculpas y me ofrecí a pagar el desperfecto que había causado en su coche. Como el daño era menor, le pareció bien solucionar el asunto al margen del seguro. Le di mi número de teléfono y quedamos en que me llamaría cuando le arreglaran el piloto para decirme cuanto le había costado. Luego me pasaría por su tienda para pagárselo.
Sería cerca de las dos de la tarde cuando sonó mi móvil.
- ¿Hola?,….soy Juan,… quedamos esta mañana que te llamaría…-dijo una voz detrás del hilo telefónico-.
- Si,… si,… diga. –conteste reconociendo al dueño del Ford-.
- Ya esta. Acabo de venir del taller y ya está listo.
- Estupendo…. ¿Cuanto le ha costado el arreglo?. –pregunté yendo directamente al meollo-.
- Cincuenta euros.
- ¡Cincuenta!, -exclamé traicionado por mi subconsciente que esperaba que fuera mas barato-,…bien,.. vale,… -continué tratando de reponerme del susto-,…me paso el martes por su tienda, me muestra la factura y le pago, -dije a sabiendas de que podría estar redondeando el precio-.
- Bueno,…-titubeó el tendero- es que me lo ha arreglado un primo mío y no me ha hecho factura,… pero usted quiere,… remoloneó para terminar la frase.
- No, no se preocupe,… -me apresuré a decir-, confío en usted.
No despedimos quedando para el martes de la siguiente semana.
El día señalado llegue a la tienda. Juan se apresuró a salir a mi encuentro. Parecía traer consigo un papelito en la mano. Yo por mi parte metí diligentemente la mano en mi bolsillo para sacar los 50 euros.
- Oye mira, que al final son 40 € -se apresuró a decirme-. Es que una vez en el taller, como ahora viene el frío, aproveché para echarle anticongelante y claro al preguntar cuanto era, me dijeron 50, pero hay que restarle lo que yo hice por muy cuenta.
- Ah,…muy bien. –dije sorprendido, alegrándome a la vez de que hubiera “hecho memoria”-.
Terminada la operación, nos dimos las gracias mutuamente y no despedimos amigablemente con un apretón de manos.
He de decir que los días que pasaron desde la llamada telefónica al pago de la deuda, se me pasó por la cabeza que fui estúpido al buscar al dueño del coche para pagarle los desperfectos, cuando era evidente que quería aprovecharse de la situación. ¡Además mi coche está lleno de abolladuras precisamente de gente que nunca dió la cara!
Pero bueno, ahora me tranquiliza pensar que mi acción sirvió para que Juan aprovechara la oportunidad para hacer lo correcto. Me alegro por él. Me alegro por los dos.