Allá por 1994 compartí un pequeñísimo pisito con dos chicos de la provincia además de Clemente, un salmantino mayor que nosotros que aún teniendo la carrera de magisterio terminada, se desplazó a nuestra provincia para especializarse en Educación Física -creo-.
Clemente era de lo más interesante de aquella exigua vivienda. Lo que más destacaba en él era su educado acento castellano que hacía acompañar de una inagotable sonrisa. Era delgado y menudo, de carácter afable y de una franqueza poco acostumbrada por aquellos pagos. Era un tipo sencillo, campechano, un hombre de pueblo -de aldea mejor dicho-, que dejaba ver enseguida la humildad que gastaba. Fue objetor de conciencia en la peor época para serlo y su militancia en la “
insumisión” le acarreó pasar ocho meses de su vida en la cárcel. Recuerdo la emoción que sentí cuando nos leyó el discurso que preparó para su juicio y que no tuvo oportunidad de leer ante el tribunal que lo juzgaba. Todo un alegato a la paz y el
sentido común.
Su compromiso con sus ideales antibelicistas le llevó a contactar con la plataforma que operaba en la capital dedicada a promover la objeción de conciencia. Su experiencia como “insumiso” enseguida sirvió para que fuera considerado como una persona comprometida. Su opinión llegó a tener bastante relevancia y desde el primer día sugirió actividades y movilizaciones para dar a conocer la causa por la que trabajaban.
Una mañana salió de casa comentando que iba a acompañar al grupo para realizar una sentada a las puertas del ayuntamiento e informar a los ciudadanos de lo que representaba la desobediencia civil. Cuando volvió aquella tarde, enseguida noté algo en su rostro que no cuadraba con él: no sonreía. Esperé prudentemente antes de preguntar como le había ido pero su comentario de “¡…qué brutos!”, despertó mi curiosidad:
- ¿Que ha pasado?
Me explicó que en principio todo fue bien, la mañana transcurría cordialmente informando a los transeúntes que pasaban delante del ayuntamiento hasta que la policía local intentó disolver la concentración y los "pacifistas" perdieron los nervios. Hubo bronca y de las gordas.
- …y no se les ocurre otra cosa que gritar: “La próxima visita, será con dinamita”,… -dijo con una socarrona sonrisa-, …que brutos.
Yo sonreí respondiendo a la desdramatización que hizo del asunto, pero me quedé reflexivo, recreándome en la entereza de aquel hombre menudo que tenía enfrente.
- Todavía queda mucho por hacer -dijo levantándose y dando por concluida la conversación-.
Dos años después yo cumpliría mi “Prestación Social Sustitutoria” durante nueve meses en el ayuntamiento de Andújar.
Imagen: "El niño geopolítico observando el nacimiento de un nuevo hombre" de Salvador Dalí. 45´5 x 50 cm. 1943.