Está la pobre viuda entre el amor y la guerra con sus dos hijas queridas, Blancaflor y Filomena. Pasa por allí Tranquilo, se enamora de una de ellas. – ¿Quiere usted que yo me case con su hija Filomena? – Cásate con Blancaflor que es mayor y te respeta. Se casó con Blancaflor no olvidando a Filomena. Pasó por allí Tranquilo. – ¿Qué haces por estas tierras? ¿Cómo queda Blancaflor? – Blancaflor ha «quedao» buena, «embarazá» de seis meses, que eso es lo que usted desea, pero me ha encargado mucho que me lleve a Filomena, para a la hora de su parto tenerla en su cabecera. La visten de azul y blanco que parecía una estrella. El se sube en el caballo y ella se subió en la yegua. – Adiós, madre de mi alma, tú, mi madre, me destierras. – No te destierro, hija mía, que tu cuñado te lleva.
| A la salida del pueblo se puso a remenecerla. – Estate quieto, Tranquilo, que el demonio a ti te tienta. – Que me tiente o no me tiente quiero gozar tu belleza. La ha bajado del caballo, hizo lo que quiso de ella, y para que no gritase le ha despuntado la lengua. A los gritos que ella daba un pastorcito se acerca. – ¿Qué te pasa, niña hermosa, qué te pasa Filomena? A señas o como pudo papel y pluma pidió, y con sangre de su lengua una carta allí escribió. – Echa esta carta al correo que la reciba mi madre, que se entere de la afrenta que ha cometido el infame. – Toma criada este niño y guísalo en la caldera, «pa» cuando venga Tranquilo que se lo pongan de cena. Está cenando Tranquilo. – ¡Ay, qué buena está esta cena! – Más dulces son los abrazos de mi hermana Filomena.
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2 comentarios:
La misma fauna, sí.
Tremendo el romance de ciego, pero...
un abrazo!
Inquietante ese tu "pero..."
Bsos.
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