MIRADA TURBADORA.
Poco tiempo llevaba trabajando en Huelma cuando quedé impactado con lo que me pareció un impresionante capricho de la naturaleza.
Regresaba de visitar a una familia cuando me detuve en una panadería, pensando en aprovisionarme de algo de pan. Saludé al entrar en aquel despacho lleno de gente que esperaba pacientemente a que les atendieran. Como llevaba los ojos saturados de la luz del sol, pedí la vez y me coloqué discretamente a un lado de la estancia para que se me acostumbrara la vista a aquella penumbra.
Una tras otra, una habilidosa dependienta fue despachando a todas las mujeres que esperaban, hasta que llegó mi turno.
- ¿Que quería? -dijo sin levantar la mirada del paquetito de pastas que le preparaba a la señora que me precedía.
- Una barra. –dije-.
Entonces,…. fue ahí donde quedé maravillado.
Al levantar la vista, la muchacha me mostró sus hipnóticos ojos claros. Unos ojos de color indescriptible, entre el gris y el azul, de los que destacaban sus pupilas que se clavaron en mi mirada como alfileres. Me invadió una sensación extraña, desconcertante, entre la admiración y el espanto. Era como si aquella mirada profundizara dentro de mí y fuera capaz de ver mucho más allá de lo que la vista ofrece. Aquellos desconcertantes ojos hablaban sin palabras de un mundo mágico, un mundo oculto a los demás que solo a ellos parecía mostrarse…
La sonrisa de la chica me rescató de mi embeleso.
Obviamente, regresé a la panadería, no tanto para comprar pan sino para disfrutar, -siempre desde la discreción-, de aquel espectacular hallazgo. Volví en varias ocasiones a ver a la muchacha hasta que me acostumbré a su turbadora mirada.
Una tras otra, una habilidosa dependienta fue despachando a todas las mujeres que esperaban, hasta que llegó mi turno.
- ¿Que quería? -dijo sin levantar la mirada del paquetito de pastas que le preparaba a la señora que me precedía.
- Una barra. –dije-.
Entonces,…. fue ahí donde quedé maravillado.
Al levantar la vista, la muchacha me mostró sus hipnóticos ojos claros. Unos ojos de color indescriptible, entre el gris y el azul, de los que destacaban sus pupilas que se clavaron en mi mirada como alfileres. Me invadió una sensación extraña, desconcertante, entre la admiración y el espanto. Era como si aquella mirada profundizara dentro de mí y fuera capaz de ver mucho más allá de lo que la vista ofrece. Aquellos desconcertantes ojos hablaban sin palabras de un mundo mágico, un mundo oculto a los demás que solo a ellos parecía mostrarse…
La sonrisa de la chica me rescató de mi embeleso.
Obviamente, regresé a la panadería, no tanto para comprar pan sino para disfrutar, -siempre desde la discreción-, de aquel espectacular hallazgo. Volví en varias ocasiones a ver a la muchacha hasta que me acostumbré a su turbadora mirada.
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