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domingo, 19 de octubre de 2008

CONFIANZA.

Al volver a casa, -tan harto de viajar como ahora me siento-, me viene a las mientes el año en el que obtuve el carné de conducir. Fue aquel mismo año, de hace casi tres lustros, en el que compartí vivienda con el salmantino Clemente.
El septiembre anterior me contrataron para la R.A.M. de Linares y como ya me había matriculado de algunas asignaturas, -amén de comprometerme con el arrendamiento del piso en la Capital -, decidí estar yendo y viniendo a la ciudad minera con tal de poder dedicarme a ambos menesteres. Ardua empresa la que emprendía, mayormente por la inconveniencia de los horarios del transporte de línea, que me obligaban a invertir mas tiempo -y esfuerzo- del necesario en mis desplazamientos. Me vi abocado entonces, -si no quería acabar mas quemado que el palo de un churrero-, a echar el resto de mis energías en tratar de agenciarme mi propio medio de transporte, un plan que necesariamente habría de pasar por obtener el permiso de circulación. (Sí, yo, el mismo que en mi mocedad renegaba de tener algún día coche propio, el mismo que arremetía contra el sucio y pernicioso tráfico del -ya por aquel entonces- ingente parque móvil).
Clemente regresó de las vacaciones de Navidad justo la mañana en la que me examinaba de la parte práctica. Al parecer solo llevaba unos minutos en la casa, cuando volví del examen e hice mi entrada triunfal:
- ¡He a-probaaa-do, he a-probaaa-do! -canturreé al tiempo que abría la puerta-.
Desde la cocina pude oír la optimista voz de Clemente dándome, con su acostumbrada franqueza, la enhorabuena. Después de los saludos pertinentes, el jovial amigo no tardó mucho en hacerme un sincero ofrecimiento:
- Cuando quieras te dejo la furgoneta.
- Uy, espera,… me van a dar el carné pero no sé conducir.
- Pues que mejor manera de aprender que conduciendo.
- No sé,… ¿te fías de mí?
- ¿Porqué no habría de fiarme?, ya tienes el permiso para llevar coche… Si quieres, vamos esta tarde a tomar un café al pueblo vecino y conduces tú.
- ¡Pero si no tengo ningún documento todavía,… ¿y si nos para la Guardia Civil?!
- ¡Oh, vaaamos! -espetó tratando de que dejara a un lado los formalismos y considerara aquello como una aventura.
Bastó compartir la preparación y el disfrute del almuerzo como para que me sintiera enormemente animado, asi que no podía haber dado otra respuesta cuando volvió a proponerme que llevara su coche hasta el pueblo vecino para tomar café:
- ¡Que c…!,… ¡Venga, vamos!. -Exclamé-.
Tras recibir unas breves instrucciones para familiarizarme con los mandos de aquella C15, recorrimos los -poco más- de 15 Km. que nos separaban de nuestro destino de una manera impecable, -aun dando muestras de mi inseguridad al volante-. Al llegar al centro del pueblo, pretendí que fuera él quien aparcara, argumentando que a mi no se me daba muy bien y que las “referencias” de su coche no eran las mismas que las del coche de la autoescuela. (sic).
- Tú lo traes, tú lo aparcas,… -fue su respuesta- …tómate el tiempo que necesites, no tenemos prisa.
Estacioné el vehículo empleando el tiempo que necesitaba y tomamos café relajadamente mientras nos deleitábamos con la contemplación de las féminas de aquel lugar. Llegado el momento, decidimos irnos y como ya había oscurecido, volví a proponerle que asumiera el manejo del coche.
- Tú lo traes, tú lo llevas. -volvió a impedir que fuera por el camino de la evitación-
De nada sirvió mi insistencia ni que le hiciera partícipe de que ya no me sentía tan seguro como cuando llegamos, máxime cuando al salir del aparcamiento, me lié con los pedales y rompí uno de los intermitentes de su furgoneta contra otro vehículo. Creo que fue ahí cuando entré en un breve momento de histeria y me negué en rotundo a seguir manipulando su coche.
- Si no lo llevas, habrá que quedarse a dormir aquí. -dijo sin que cupiera duda de que hablaba en serio-. Estaba claro que sin más remedio, tendría que hacer frente a aquella situación.
Para que pudiera calmarme, tuvimos que dar un paseo, en el que yo insistía en que por favor se hiciera cargo del coche y él trataba de hacerme entender la relevancia de que fuera yo el que condujera a casa.
Al final, todo fue bien, ya calmado saqué el coche de allí como y cuando pude y aunque regresamos tan lentos que los demás conductores nos acribillaron a destellos y bocinazos, llegamos a casa sanos y salvos.
Ahora pienso que con su gesto, aquel hombre menudo me hizo adquirir la confianza necesaria para reconocer y enfrentarme a aquellas situaciones por las que imperiosamente es necesario pasar y que requieren de toda nuestra atención y esfuerzo.

1 comentario:

Isabel dijo...

Pues yo sigo sin tener esa confianza,lo que me hace no disfrutar conduciendo,aunque me encanta viajar en coche;a pesar de llevar años ya con el carnet.
Lo mío es "prueba no superada",ya ves.;-)
Y mira que lo lamento a diario,pero...
Un besote y siempre es un placer leer cómo relatas las cosas.

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Para el que sabe ver todo es transitorio