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sábado, 5 de enero de 2008

EL TIEMPO DE LOS GITANOS.

Hace ya tiempo que conozco a Concepción, la matriarca de una extensa y dispersa familia gitana. Una tenaz “abuela coraje” de delicada salud que hasta hace bien poco, acogía a tres de los nueve nietos que le han ido dejando desperdigados entre la costa este de la península y uno de los pueblos donde trabajo, el último de sus vástagos y una de sus sobrinas.
En una de las primeras entrevistas que mantuvimos para tratar de poner orden en los antecedentes de la familia, pude conocer la tierna y áspera historia de como comenzó la convivencia con el padre de sus últimos cuatro hijos e intuir la azarosa y esforzada vida que en algún momento había podido llevar esta infatigable octogenaria.
Ella venía de una familia de muchos hermanos y casarse era la manera más socorrida para salir de un humilde hogar donde el pan no siempre estaba presente. Siendo aún muy joven, las circunstancias culturales y sociales la obligaron a casarse con el primer gitano que le hizo tilín, pero resultó que la vida que el calé le ofrecía estaba plagada de palizas y miseria así que, cansada y embrazada de su hija mayor, no tardó en volver a casa de su madre. Allí no mejoraría su situación ya que su madre, siempre pensando en términos mercantiles, al ver que había otra boca más que alimentar, le presionó para que se “arrejuntara” con otro hombre que pudiera mantenerla a ella y a la criatura ya nacida. Pero siendo gitana, pobre y madre y viviendo en los tiempos que vivía, la lista de candidatos dispuestos a compartir su vida con ella, se reducía solo a un primo segundo suyo, un gitanillo menudo, retraído, ignorante, mas bien feo, con una lengua difícil de entender y del que todo el mundo pensaba -y piensa-, que “le faltaba un hervor”,… pero que además de tener una modesta casita propia, bebía los vientos por ella. Y aunque ella no lo quería, se dejó llevar.
Me contaba que el primer día que pasó en la casa de su pariente estaba aterrada, sabía que aquella misma noche habría de responder a las exigencias de su nueva situación, así que cuando el gitanillo entró en la cama con la intención de consumar el maridaje, la encontró a oscuras, tremendamente asustada y llorando a lagrima viva. Pero aquel hombrecillo, en su torpeza, no se dio cuenta de la situación hasta que en un gesto de cariño, le tocó la cara.
- ¿Pero,… qué?,… ¿e-estás llo-llorando? -tartamudeó-
Ella no dijo nada y él, como supo, le explicó que no se preocupara, que nunca la obligaría a vivir nada que ella no quisiera y que si quería dormiría en una silla. Ella le dijo que podía quedarse en la cama y entre sollozo y sollozo, lo vio dormir plácidamente.
- No es muy espabilado, pero siempre ha sido muy bueno conmigo,…y me ha respetado mucho. Cuenta ahora la abuela.

Escena: "El tiempo de los gitanos" de Emir Kusturica. 1988.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

oye me ha encantado la historia, saludos

Anónimo dijo...

Feliz An~o Nuevo Amigo! Acabo de volver de tu pais, y el mar Pacifico me abraza con olas de bienvenido. No sabes cuantas veces pense en ti y tus relatos..cada vez que caminaba por las calles de Santiago, o de Barcelona o de Madrid, y mire hacia el fondo en los ojos de una persona extranjero/a, pensaba.."y este/esta espan~ol/a piensa asi como Ese del blog..?"Espero que has pasado los vacaciones con amor y inspiracion..veo que has escrito mucho. Un abrazo.

Manolo Merino dijo...

Tunez,
Bienvenido y gracias.

Anónimo,
Amiga, no sabes como he echado de menos tus comentarios.
Espero y deseo que en este año tengamos la lucidez y serenidad necesarias para seguir aceptando las cosas como vengan. Un abrazo.

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Para el que sabe ver todo es transitorio