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martes, 13 de enero de 2009

LA SIESTA.

Dormir, libera,… repara.
¿Cuantas veces oiría en mi infancia que había que respetar el momento de la siesta? -como ahora lo oye mi sobrino cuando remolonamente se marcha a la calle después de comer-, y es que, ya sea invierno o verano, siempre hay un buen momento para desconectar del mundanal ruido. Y qué mejor que durmiendo.
Dicen que el cuerpo es sabio y desde un tiempo a esta parte, el mío me pide que preste atención al descanso. Vuelvo a recuperar la sana costumbre de la siesta aún teniendo que lidiar con la inoportuna llamada de gente que vete tú a saber que quieren -bueno si, venderme algo-, o la impertinente moto que estrepitosamente pasa por la calle.

Escena: "El río" de Jean Renoir. 1950.

2 comentarios:

Isabel dijo...

A mí me obligaban a dormirla;claro que ahora entiendo que, de ese modo, mis padres también podían descansar un rato.
Pero si algo recuerdo, en realidad, de esa época infantil es que pocas veces conseguía dormirme,más bien fantaseaba con las sombras que se reflejaban en el techo, filtradas entre los tapaluces de la ventana,imaginando seres fantásticos.
La verdad es que se me hacía interminable ese tiempo de "inactividad".
Qué recuerdos,amigo...
Un fuerte abrazo y gracias por tus palabras.:-)

CONSCIENCIA dijo...

Dichoso tu porque yo duermo poco.

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Para el que sabe ver todo es transitorio