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domingo, 18 de febrero de 2007

PIEDRAS.

Expresar lo que se piensa y/o siente de una manera cabal, sincera y con sentido es una tarea harto complicada. No ya por nuestras propias limitaciones en el uso del lenguaje sino porque casi siempre supone un esfuerzo titánico enfrentarse a uno mismo para poder revelar los frutos de nuestros procesos mentales. Además, no siempre se sale airoso de esa lucha interna. Aunque en muchas ocasiones disfrutemos las mieles de haber conseguido exteriorizar las virtudes que atesoramos, en otras incurrimos en nuestro propio ostracismo simplemente porque no encontramos una manera satisfactoria de comunicarnos con los demás. Para algunas personas la búsqueda de esa forma de expresión que mejor trasmita sus emociones, creencias, ideas, sensaciones, preferencias,... es una tarea constante. Aunque creo que todos lo hacemos por escueta o férrea que haya sido nuestra educación o escaso que sea nuestro bagaje o sentido artístico. El aprendizaje es la característica del hombre que nos ayuda en esa búsqueda y negarse a aprender es sumirse en el pozo del aislamiento, la ignorancia y el sufrimiento. Pero bueno, no quiero apartarme demasiado de donde quería ir.
Por mi parte, ya en tiempos de instituto encontré a través de la pintura, una manera de exteriorizar lo que sentía desarrollando de una manera autodidacta una técnica para adornar piedras que con el tiempo se convirtió en algo más que una simple distracción.
Todo empezó por casualidad. Movido por la pasión de una primera relación, sentía la constante necesidad de sorprender a la chica a la que dirigía mi afecto asi que ideaba mil y una maneras de decirle lo que sentía. Fue entonces cuando pinté mi primera piedra. Aunque no recuerdo muy bien el contenido, puedo imaginar lo infantil y cursi del motivo que decoraría aquel mi primer canto rodado. El tiempo hizo que se conociera mi habilidad y recibiera peticiones de los más allegados para que les pintara algún blanco guijarro o un trocito de mármol. Aunque la verdad es que no hice muchas, afortunado aquel que conserve alguna.
Fue durante los años correspondientes a mi veintena cuando no solo fui perfeccionando la técnica, sino que además del entretenimiento, descubrí nuevas utilidades a aquella tarea de pintar piedras. Como estaban hechas para gustar, ponía todo mi empeño en transmitir lo mejor de mí, lo que me llevaba a realizar mis primeras incursiones en el proceloso mar de mis más nobles y perversos sentimientos. Su ejecución me llevaba algún tiempo, por tanto procuraba elegir cuidadosamente de entre los solicitantes a aquel que “me dijera algo” o simplemente que mejor pudiera valorar el tiempo y el esfuerzo que dedicaba al asunto. Era un requisito casi indispensable para poder dotar de alma a mis pétreos lienzos. De alguna manera regalar piedras se convirtió en una seña de identidad para demostrar mi afecto. Y así sigue.
El proceso de elaboración consistía en una auténtica meditación que además de permitirme profundizar en mis sentimientos, resultaba ser un ejercicio para indagar en las ideas, gustos y motivaciones de la persona para la que estaba destinada el pedrusco -todo para conseguir que le gustara-. Accedía así a un plano donde mi mente estaba con el destinatario de la piedra al margen de su presencia física, una oportunidad realmente propicia para llegar a tener un conocimiento mas profundo de esa persona. Más tarde reconocería en mi afición por pintar piedras -salvando las distancias-, la práctica de la meditación a través de mandalas.
Hace bastante que no me abstraigo entre el esmalte, los lápices, la tinta china y todos los materiales de los que me servía para pintar piedras. No hace mucho ideé una en sueños que... cualquier día me pongo.

3 comentarios:

almena dijo...

mmm no lo dejes
Además de ser una original forma de expresión de tu arte, es también -veo-, un excelente modo de profundizar, de llegar conscientemente hasta lo más íntimo. Tuyo y de los demás.

Un abrazo!

Ana dijo...

Comienzo a leer y enseguida me doy cuenta de qué hablas, ¡piedras! yo tengo una y sé donde está. Salto de la silla y me dirijo al cajón donde guardo las cosas inclasificables. Lo abro y me sorprende ver que apenas hay cuatro cosas -hace unos años ni se podía cerrar- y desde luego la piedra no está. Me quedo desconcertada porque no recuerdo haberla puesto en otro sitio y desde luego nunca me hubiera desprendido de ella. Busco en otros lugares, pero nada, no aparece. Entonces reparo en la caja, una preciosa caja de cartón ilustrada con instrumentos musicales antiguos donde guardo cartas, postales, fotos... abro la tapadera y allí está, divertida y burlona porque sabe que me lo ha puesto difícil. Por más que lo pienso no entiendo cómo fue a parar allí.
Termino la lectura con la piedra junto al portátil, y realmente pienso que las piedras que pintabas eran especiales, ésta, por ejemplo, encontró el modo de irse por sí sola al abrigo del papel y al calor de las palabras.

Ves, ya puedes acceder a mi blog, aunque igual no hace falta que te lo diga...

cielo celeste dijo...

una manera muy peculiar de reflexionar sobre uno mismo y sus sentimientos, me gusta. afortumadas también aquellas personas que ocuparon u ocupan tu mente, es señal de que piensas en dichas personas.

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Para el que sabe ver todo es transitorio