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sábado, 22 de marzo de 2008

CON PASIÓN.

La humanidad está encadenada a la idea
“yo soy el que actúa”;
está adherida a la idea
“otro es el que actúa”.
No se han dado cuenta
ni han visto que esa es la espina.
Pero no existe:
“yo soy el que actúa”
ni “otro es el que actúa”,
para aquel que, cautamente,
ha visto esta espina.
La humanidad está llena de vanidad,
atada por la vanidad,
encadenada por la vanidad;
y utilizando airadas palabras
en la defensa de sus doctrinas
no escapa al ciclo de las reencarnaciones.
Sutta Pitaka. Udana. Capitulo VI-Sección 6: “Las variadas sectas III”.

Continuamente estamos arguyendo como deberían ser las cosas, que pasaría si llegásemos a alcanzar un ideal o si nos abstenemos de hacer algo para conseguirlo. Y claro, en semejante clima, es lógico pensar que acabemos creyendo -o convenciendo a alguien de-, que todo ha de ser tal como lo formulamos o lo interpretamos, pese a que por lo común, presentemos serias dificultades para poner en práctica cualquiera de nuestros más venerables discursos. A falta de que alguien pase a la acción para marcar el camino, es fácil y habitual que sean los más “creyentes” y/o los más “convencidos” los que tomen la iniciativa.
Respondiendo a ese carácter inherente al ser humano, mitad necesidad, mitad miedo, a no perderse nada, a no equivocarse o extraviarse, a no ser excluido de nada, tendemos a desplegar la parabólica para detectar que se esconde detrás de todo gesto ajeno. “¿De que va éste?”, nos preguntamos en nuestra urgencia por descubrir el carácter mesiánico o pérfido de cualquier actitud. Es frecuente ver como concluimos que alguien es diferente a los demás, no cuando nos sermonea -por muy justo e inocente que parezca su discurso-, sino en el momento que intenta llevar a la práctica el contenido de su oratoria. Y peor, desde nuestra indolencia, valoramos el grado de nuestra afinidad o conveniencia para aceptarlo como modelo o nos recreamos en la idea de que nosotros podríamos hacerlo mejor.
Tendemos a recelar de quien se atreve a hacer algo distinto a lo que normalmente venimos haciendo o esperamos que se haga. Recelamos de cualquier gesto amable y cordial pensando que tras él hay un Judas, un traidor descubriendo -evidenciando en definitiva-, cuanto somos (nuestro quietismo, nuestra inconsecuencia, la desazón a la que nos conduce nuestro apasionamiento,..), mientras paradójicamente, seguimos esperando que alguien haga algo que nos ayude a lograr lo que creemos que sería una mejora en nuestras vidas.

Imagen: "El beso de Judas". Anonimo, siglo XII.

1 comentario:

Anónimo dijo...

genial

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Para el que sabe ver todo es transitorio