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lunes, 29 de diciembre de 2008

LA DESPEDIDA.

Los años ochenta fueron los años de mi mocedad. Época extraña aquella en la que permanecíamos despreocupados por el devenir de la vida mientras nos sentíamos repletos de ella,… tratando de sacar a todo, todo su jugo,… Un tiempo donde, -como diría Chavela-, no íbamos a ver si podíamos, sino que, porque podíamos, íbamos.
Nos sentíamos todopoderosos y sólo teníamos ojos para “los iguales”, con ellos probábamos, coqueteábamos y descubríamos todo cuanto hubiera de ser probado, conquistado o descubierto. Ávidos por crecer, intuíamos que el conocimiento no solo era aprender de la experiencia sino que además, tenía que ver con nuestra manera de responder a los estímulos que nos llegaban… la vida procuraría ponernos al paso emociones y sentimientos con los que practicar.
Aunque “Tere” no solía salir con la -por aquél entonces-, incipiente pandilla, ese año participé en su casa de un discontinuo grupo de estudio para intentar aprobar en septiembre el fastidioso inglés que a ella traía tan de cabeza. Era una muchacha achaparrada, más bajita que el resto de nosotros y aunque no era excesivamente gruesa, una cara redonda con el pelo siempre recogido en dos trenzas, acentuaba la rechonchez de su aspecto. Para nosotros, era inevitable compararla con una campesina del Perú y su apellido, “Cabezas”, más de una vez fue motivo de guasa. Era más bien tímida -aunque en la intimidad se mostrara ocurrente-, no se le conocía un grupo fijo de amigos, casi siempre se le veía con su amiga -y vecina- de toda la vida y cada vez que coincidíamos en la parada del autobús, mostraba su carácter sencillo, reservado e ingenuo. Todos coincidían en que “era mas inocente que un pimiento verde”.
A punto de comenzar el nuevo curso, tras los exámenes y en espera del comienzo de las clases, procurábamos disfrutar del tiempo libre que nos quedaba, del mismo modo que lo habíamos hecho en verano. Quedábamos por las mañanas para matar el tiempo entre expediciones al campo, grabaciones de cintas de casete o algún ratico de bicicleta y por las noches nos íbamos al paseo a tomarnos algunas “litronas”,… aunque Tere nunca participó de eso.
Una de esas mañanas nos levantamos con el rumor de una estremecedora noticia: la noche anterior, Tere junto con su hermana mayor -tan discreta como ella pero de aspecto mucho mas refinado-, se fueron con tres chicos más a uno de los pueblos vecinos para divertirse. A su regreso tuvieron un accidente y murieron todos menos el chico que llevaba el coche.
El pueblo estaba consternado, en el entierro nos vimos un sinfín de muchachos de los que estudiábamos en el instituto. Recuerdo como un grupo de nosotros tuvimos que ver a Tere de cuerpo presente para creernos lo que estaba pasando, entre ellos Alfonso, un chico tan discreto como ellas y que en secreto bebía los vientos por la hermana de Tere.
Tras el funeral no volvimos a nuestras casas, nos quedamos en silencio en un banco del paseo. Fueron los sollozos de Alfonso los que motivaron que alguno de nosotros esgrimiera un “la vida sigue” para sacarnos del estado de abatimiento en el que estábamos. Decidimos comprar unos litros de cerveza y tinto con casera como en noches anteriores, así que juntamos el “trapillo” que teníamos y compramos algunas botellas. Y bebimos. Tanto que el ambiente se fue relajando y hubo risas y bromas y revelaciones sobre Tere y su hermana y al rato estábamos tan eufóricos que no hacíamos otra cosa que disfrutar de los lazos que nos unían, extrañamente reforzados por lo que acabábamos de vivir.
- ¿Estamos haciendo bien…? -me preguntaba Alfonso desde su desconsuelo-.
No supe que contestar, me limité a echarle el brazo por encima del hombro y arrimarle el litro que tenía en la mano.

Imagen: "Muchacha con trenzas" de Amadeo Modigliani. 1918.

3 comentarios:

Isabel dijo...

Pues siempre se ha dicho "el muerto al hoyo y el vivo al bollo",aunque suene duro es la realidad, y no por mostrar, o no, ante los demás mucho llorar o pesadumbre el dolor es menor.
Por suerte, el ser humano tiene un recurso perfecto para superar los malos momentos y es la actitud que podemos elegir.
Otro asunto es qué piensan los demás ante nuestras actitudes,pero esa es otra cuestión...

Es más,después del dolor por una pérdida es evidente que nuestra tendencia natural es recordar siempre lo mejor...
Incluso las risas comunes.
Un fuerte abrazo.:-)

almena dijo...

La perspectiva que da el tiempo hace entrañable esta tremenda historia.

Un abrazo!

Isabel dijo...

Feliz presente,amigo;que hoy es siempre todavia...

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Para el que sabe ver todo es transitorio