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martes, 14 de julio de 2009

HUMO QUE NO HAS DE FUMAR...



He vuelto a dejar el tabaco, una vuelta de tuerca más en esta relación de amor-odio que mantengo con él desde hace casi cinco lustros, -tiempo en el que lo he abandonado mil veces, para mas tarde reconciliarme otras tantas de nuevo-. No diré que “de esta agua no beberé” más, pero de momento, después de más de tres semanas y sintiendo ya los beneficios físicos que supone despedirse de mi deletéreo amigo, estoy encantado de mi nueva condición de ex fumador.
Pero,… ¿Cuál fue el primer paso para haber llegado hasta aquí?
La historia comienza un frío otoño de mi ya lejana infancia, cuando apenas contaba con unos nueve o diez años, un par más que mi amiguete Miguel. El plan era fácil: sisaríamos a nuestros abnegados padres alguno de sus “Celtas” -en mi caso- o “Ducados” -en el suyo-, irnos a algún solitario solar del barrio e iniciarnos en la seductora afición del “fumeteo”. Hacía pocos días que, en una de nuestras exploraciones a la barriada, la casualidad quiso que encontráramos un chisquero todavía en buen uso y bueno, aparte de encender alguna que otra candela en los susodichos solares, supongo que quisimos sacarle el máximo partido.
Como no existe el crimen perfecto, siempre sujeto a cualquier repentina contingencia, la tarde que elegimos para nuestra ingenua conspiración se maleó tanto, que en un santiamén cayeron chuzos de punta. Pero, aún sin poder salir a la calle, decidimos seguir adelante con el plan, conviniendo que ningún escondrijo era suficientemente seguro para ocultar hasta el día siguiente los pitillos que tan diligentemente habíamos birlado esa misma mañana. Antes del almuerzo ya lo habíamos decidido: Miguel vendría a jugar a casa y una vez allí -ya veríamos como-, perpetraríamos el delito. Obviamente tampoco se nos ocurrió que, si difícil era ocultar unos cigarrillos, más lo sería que pudieran pasar desapercibidos dos niños fumando dentro de casa.
Nos las ingeniamos para acabar en el trastero con la firme intención de consumar nuestro subrepticio plan. Sin pretenderlo, impregnamos aquel trance con un ceremonioso halo de misterio, como en cualquier buen rito de iniciación que se precie. Después de hacer un breve inventario del material que necesitábamos, -a saber, un par de cigarrillos y un mechero-, supimos que había llegado la hora de la verdad. Era consciente de la trasgresión que significaba dar aquel paso, pero también del miedo que me causaba darlo, miedo que se unió al frío en mis temblorosas manos para hacerme titubear al colocarme el cigarrillo entre los labios, despertando así la sonrisa cómplice de mi amigo. Obnubilado por el calorcillo que sentí en la cara al prender el cigarro y la extraña sensación -mitad deleite, mitad mareo-. que me producía inhalar aquel humillo dulzón, percibí ese trascendental momento como algo sublimemente mágico. Fue cuando reparé en como mi cuerpo experimentaba la excitación que conlleva lo prohibido a través de la notable erección con la que me estaba agasajando, -puede que fuera ahí, precisamente ahí, donde quedé enganchado al tabaco- pero fue ahí, precisamente ahí, cuando mi hermano, que toda la tarde había estado pendiente de nuestro tejemaneje, apareció de sopetón.
- ¡¡Ottia!!,.. ¡te la has cargao, nene!... -amenazó al percatarse de lo que ocurría- …¡¡Mamaaa,… a ver el neneee!!... ¡Corre!,… ¡Ven! -gritó impaciente, con la urgencia de que mi madre pudiera pillarme todavía in fraganti-.
Mi madre, alarmada, sin saber que iba a encontrarse, cruzó el patio a toda prisa. Creo que al verme tan asustado, palmariamente trempado y mareado -efecto del par de caladas que pude dar al pito, antes de arrojarlo detrás de un saco de picón, justo cuando mi hermano hizo acto de presencia-, le costó hacerse una correcta composición del lugar:
-Pero... ¿qué hacéis? -concluyó entre abatida y atónita-
A Miguel lo mandaron a casa con la amenaza de que su padre sabría de sus escarceos con el tabaco, mientras yo sufría durante toda la tarde el suplicio de la regañina de mi madre y el escarnio de mis hermanos.
Tuve que retrasar hasta los quince años mi iniciación al tabaco.

7 comentarios:

CONSCIENCIA dijo...

Ja ja ja disculpa que me ria, pero que algunas personas pasamos por esta experiencia mas a mi no me pescaron. Estare unos dias en un sesshin te visito al regreso.

LiterataRoja dijo...

Un gusto haber encontrado tu blog y haberte leido.
Volvere por aqui y te espero por mi espacio rojo!!
Saludos!!

Manolo Merino dijo...

Consciencia,

estoy encantado con la idea de poder despertarte la risa.
Ya ves, pues a mi sí que me han pillado en alguna que otra situación más o menos comprometida.
Aquí espero, esperando que te disfrutes en tu retiro.
oooxxx.

LiterataRoja,

bienvenida. Celebro saber de la existencia de tu espacio.
Ya te visito.
Saludos.

Anónimo dijo...

Hola Amigo-han pasado casi dos an~os..y todavia sigues escribiendo..me alegro..fuiste un amigo durante mi epoca en California, y ahora, si-otra vez..bueno, han pasado muchas cosas-amigos y parientes han fallecido-y yo tambien he dejado los cigarillos(digo, los he dejado otra vez..)Espero que sigues fuerte en tu camino.

Manolo Merino dijo...

Amiga,
no puedes imaginarte las veces que he podido echarte de menos, como tampoco imaginarás que si sigo escribiendo es porque imagino que de vez en cuando puedes estar leyendo.
También por aquí hemos sufrido altibajos.... deseo y espero que el equilibrio regrese pronto de nuevo.

Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Amigo!

Me has regalado una sonrisa por saludarme como "amiga"-gracias. Mientras el verano undula hasta su propia horizonte-te voy a leer mas..de verdad eres una inspiracion. Esta noche-te mandare un deseo que descansen los altibajos- y que vuelan otra vez-dias de amor y luz.

Un abrazo muy fuerte-

Manolo Merino dijo...

:) No dudo en que vuelvan esos dias.

Muchas gracias por hacerme sentir acompañado.

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Para el que sabe ver todo es transitorio