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domingo, 16 de noviembre de 2008

ALLEGRO SOSTENUTTO. (I).

Cuando mi hermana se apuntó a la Banda Municipal, mi madre insistía en que yo también,… me fuera con la música a otra parte. Pero yo prefería mil veces desplegar mis indios de plástico en el descansillo de la escalera o deambular en los solares de mi barrio levantando piedras. A tan corta edad, no estaba yo para gaitas.
Aunque, algún tiempo después, llegó el día en el que brotó en mí la curiosidad de acercarme a aquel grupo de muchachos que todas las tardes se cultivaba musicalmente en la planta superior de la biblioteca. Pero claro, no fue hambre de conocimiento lo que me llevó hasta allí, sino otro tipo de hambre -como se verá luego-, mucho mas mundano.
El director de la banda era el sacristán de la parroquia, un tipo parco en palabras y gestos, que solo se dirigía a ti para decirte lo mal que lo hacías o propinarte un manotazo cuando desbarrabas al marcar el compás, amén de amenazarte continuamente con que nunca conseguirías que te asignara un instrumento. Aún así, muchos eran los púberes que se pirraban por pertenecer a aquel hatajo de abnegados masoquistas, mientras sus madres les insistían en que se aplicasen para conseguir el instrumento -como mi madre conmigo-, o henchidas de orgullo, presumían de tener a alguno de sus vástagos formando parte de aquella sufrida élite -como mi madre con mi hermana-. Ella llegó a ser “clarinete primero”. (Continúa en...)

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Para el que sabe ver todo es transitorio