IMAGINACIÓN AL PODER.
A mediados de los ochenta, me encontré con esta canción en una cassette prestada, propiedad del hermano mayor de un amigo, con una cara B escuetamente etiquetada como “Vainica doble”. Movido por la curiosidad, ese atributo que permite dar una oportunidad a lo nuevo, la coloqué en el antiguo magnetofón de la casa sin saber lo que iba a escuchar.
Recuerdo la tarde en la que estas dos mujeres me pasearon -con divertida compenetración- por el universo de sus canciones, atravesando fabulosos mundos repletos de matices. En ese viaje a través de lugares sorprendentemente cotidianos, se sucedían infinidad de objetos y personajes de caprichosa existencia, pero lo más extraordinario era que aquellas voces tenían la extraña habilidad de evocarme todas esas agradables emociones de la infancia que con el tiempo, acaban diluyéndose hasta quedar traspapeladas en algún cajón de la memoria.
Cada canción de las “vainica”, es una instantánea de una lúcida cotidianidad, plagada de elegancia, familiaridad, ternura,… y una mordaz ingenuidad que esconde su valoración sobre aquella época que les tocó vivir.
De las canciones de “El eslabón perdido”, que aquella tarde pregonaba el viejo "sanllo" recuerdo especialmente ésta cuyo inesperado final pulverizó la animada sonrisa que momentos antes había dibujado en mi boca, convirtiéndola en una tonta mueca de asombro. La acompaño con un trocito de video donde Elena Santonja habla sobre sus preferencias respecto a la discografía del dúo de su hermana Carmen junto a Gloria Van Aerssen.
fascinante y cínico play-boy de playa,
campeón olímpico con diez medallas,
hábil político donde los haya,
magnífico varón,
vencedor mítico de mil batallas:
así era Juan en su imaginación
que le hacía olvidar su condición
para escapar y despegar de su rincón
y despegar de su rincón
para poder volar, volar, volar,
triunfar, brillar.
Lóbrego rincón de una portería
donde no entra el sol y nunca es de día
triste habitación húmeda y sombría
sin ventilación
un brasero de picón en la camilla
por toda calefacción
así vivía Juan con su imaginación,
que le hacía olvidar su condición
para escapar y despegar de su rincón
y despegar de su rincón
para poder volar, volar, volar,
para olvidar.
Lóbrego rincón de una portería
coros sollozantes de necias vecinas
uniéndose al son de un carraspeante transistor
simplemente María
Poderosa fantasía la de Juan,
que, aún así, podía escuchar el mar
en un caracol pintado en purpurina
y volar tras la procesión de golondrinas
pegadas a la pared verde veronés
bajo la mirada divina de un sagrado corazón
bajo la mirada doliente
de las ánimas del purgatorio,
bajo la mirada anodina de
sus padres en el desposorio
él, sentado, ceño fruncido,
ella, de pie, tras su marido,
dueño y señor,
contemplándose a si mismo
disfrazado de angelito
alas de algodón
el día de su primera comunión
cuando aún creía que sería,
como el Barón Rojo,
un héroe de la aviación,
antes de tirarse por el balcón y quedarse cojo...
volar, volar, volar.