________________________________________________
________________________________________________

lunes, 4 de diciembre de 2006

BARBARIE VS. HONRADEZ.

Cuando acabamos la Educación General Básica, los de mi generación, todavía tuvimos que desplazarnos al pueblo vecino para continuar nuestros estudios. Comenzaba así nuestra formación en el Instituto. Éramos bachilleres.
El primero de los años de aquella etapa, transcurrió sin pena ni gloria. Eramos unos pipiolos que para más inri ocupábamos un edificio de aulas prefabricadas. Un autentico refugio de novatos situado en las afueras de la ciudad, cualidad que le sirvió para ser conocido como el “Liang Shan Po”, nombre del río protagonista de “La Frontera Azul”, una serie china de la época, a cuyas orillas acampaban los proscritos.
Transcurrido ese año iniciático, pasamos al edificio principal del centro con la categoría de veteranos. Para algunos, una carta blanca a la barbarie y el desenfreno..., A tan tierna edad, si llegamos a ser más brutos, no nacemos. Éramos toscos por condición, y como “Dios los cría y ellos se juntan”, formamos una grey que, aun sin cometer grandes tropelías, descubría el mundo a fuerza de rudeza y descaro.
Nos gustaba hacer el cafre, -a algunos mas que a otros-, para medir la autoridad de los profesores o escandalizar a las nenas. Pasábamos los días dándonos empujones y collejas los unos a los otros. Formábamos tales batallas de tizas, que más de una vez causó un ojo morado, y casi siempre, acababan con el castigo de comprar tizas nuevas por el incauto que pillara el profesor de turno. Sin pudor alguno, competíamos para ver quien pintaba el dibujo más obsceno en la pizarra o en que lugar más arriesgado dejábamos escrito nuestro nombre. Entre clase y clase, organizábamos ruidosos concursos de eructos y cuando algún profesor nos sorprendía, queríamos convencerlo de que estábamos comprobando el eco de los pasillos. Muchos jueves, unos cuantos de nosotros, hacíamos pellas, (“la rabona” en nuestra jerga), para escaparnos al mercadillo instalado en el otro extremo de la ciudad, teniendo que atravesar un pasaje que acabó conociéndose como el callejón del “akitescurrestesnucas”, gracias al comentario que exclamó Rodríguez, (tosco entre los toscos), cuando lo atravesamos por primera vez en un día de lluvia... En fin, que nuestro refinamiento brillaba por su ausencia.
En semejante atmósfera, algunos, digamos la mayoría, se mostraban incapaces de aparcar ese comportamiento, -siquiera momentáneamente-, cuando entrábamos a clase. La clase de filosofía, por ejemplo, se prestaba enormemente para mantener una actitud transgresora, pero aun así, pudimos aprender algo. Fue allí donde recibimos una gran lección sobre lo que significaba la justicia, simplemente por el hecho de que esa lección vino de uno de nosotros.
El profesor nos entregó corregidos unos exámenes que hicimos unos días antes y nos pidió que revisáramos la suma de la puntuación de las preguntas pues admitía que podía haberse equivocado. En efecto, la suma del examen de Mario, un chico discreto que acabó ejerciendo de veterinario, era errónea: en vez de sumar cinco-coma-uno, que significaba un aprobado, debía sumar cuatro-coma-nueve, un incuestionable suspenso. Dos décimas que, al margen de su trascendencia, (estar aprobado o no), incomodaron al muchacho.
Mario no dudó, pidió permiso para levantarse alzando su brazo. Con una señal fue invitado a acudir a la mesa del profesor. Cuando éste fue informado de la demasía en la evaluación, quiso hacer partícipe al grupo de lo que ocurría.
El satisfecho maestro comentó tan noble gesto a aquella horda y la reacción fue infame. Mientras Mario se dirigía a su pupitre fue recriminado por su honestidad. El rosario de insultos y reproches que recibió fue bochornoso. Se le tachó de gilipollas, marica y pelotillero, pero lo que más se le reprochó fue su ingenuidad.
- ¡Toooonto!. Enfatizaban por lo bajo los más cerriles.
Mario, muy dignamente, corrigió a aquella chusma:
- No soy tonto, soy honrado.
Algunos enmudecieron pero para otros fue la espoleta para endurecer sus insultos.
Por suerte la película acabó bien: El profesor premió su actitud reconociendo su aptitud.

No hay comentarios:

____________________________________________

Para el que sabe ver todo es transitorio