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lunes, 25 de diciembre de 2006

LA MÁQUINA DE COSER.

Desde pequeña, mi madre asumió responsabilidades que no le pertenecían haciendo que su carácter se forjara a golpe de sacrificios, decepciones y disgustos, tanto propios como ajenos.
De vez en cuando cuenta afligida la historia sobre una maquina de coser que pertenecía a su madre, mi abuela Maria Blasa, conocida en la familia como “Mamaía” desde que los nietos comenzaron a hacer uso de la palabra. Fue una costurera de carácter audaz cuya vida transcurrió paralela al siglo XX, nació en 1900.
“Como antiguamente el que no trabajaba se moría de hambre”, -sentencia mi madre-, mientras mi abuelo se mal ganaba la vida empleado en un molino de aceite, mi abuela se las ingeniaba para aportar algo de dinero confeccionando el escaso atuendo de sus vecinos. Con el tiempo, su trabajo fue tan apreciado que llegó a ser una de las modistas mas valoradas del pueblo, contando incluso entre su clientela a la mismísima Señora del Alcalde, -toda una eminencia en aquella época-. La demanda de costura crecía y mi abuela se veía obligada a coser hasta altas horas de la noche, así que su marido le compró, -no sin esfuerzo-, una máquina de coser para facilitarle la tarea. Se trataba de una “singer” con un precioso cuerpo de forja que, según mi madre, su manejo precisaba de un concienzudo adiestramiento y un considerable tiempo de práctica.
Mis abuelos vivían de alquiler y solo con su trabajo nunca habrían podido ahorrar suficiente dinero para acceder a una vivienda propia, así que cuando mi abuela supo que se vendía una casa por una razonable cantidad, hizo todo lo posible para adquirirla. No dudó en pedir ayuda a la distinguida Señora para la que trabajaba, que accedió prestarle las 6000 pesetas que necesitaba a cambio de que trabajara en exclusividad para ella, lo que implicaba además trasladar la máquina de coser a casa de la susodicha para que -de paso- sirviera de aval.
El trato se llevo a cabo, la ilustre clienta consiguió la distinción de disponer de una modista propia y mi abuela compró la casa donde vio crecer a sus cuatro hijos.
En plena posguerra, “Mamaía” era incapaz de rechazar las peticiones de sus paisanos para que les cosiera así que acabó pluriempleada trabajando por un lado en casa de la Señora para pagar su deuda y por otro “para la calle” por una escasa remuneración, casi siempre en especie. Esta situación llevo a mi madre a asumir, de manera tácita, todas las “obligaciones” que mi abuela no podía llevar a cabo. Aquellos tiempos requerían realizar un enorme esfuerzo para poder vivir humildemente.
Cuando mi abuela murió, mi madre quiso recuperar aquel artefacto tan lleno de significado para ella. Armándose de coraje fue a casa de la anciana Señora con el propósito de comprarle la máquina de coser de su madre. La Señora se mostró complaciente manifestando que no sería necesario comprarla puesto que la regalaría, pero argumentó que para evitar posibles disputas entre mi madre y mi tía, -herederas directas de la maquina de coser-, organizaría un sorteo para entregarla a quien saliera agraciada. La insistencia para hacerle entender que tales disputas no ocurrirían, no sirvió de nada, la aristócrata sentenció que ya les haría saber cuando sería la rifa, sin dar oportunidad a apelación alguna.
Nunca se recibió ningún aviso sobre la celebración de tan inútil sorteo. La señora cayó enferma y fue trasladada a Madrid donde acabó sus días sin referir a sus herederos su decisión respecto a la máquina de coser que dejó en la casa del pueblo.
La noticia de la muerte de aquella mujer tardó en conocerse y para cuando llegó a oídos de mi madre ya era demasiado tarde para recuperar la máquina. Al parecer una de las nueras de la alcaldesa la había vendido. Cuando mi madre volvió junto con mi tía a la vivienda de la Señora con el firme propósito de recuperar la máquina y se enteró de que ésta no estaba y que la persona que la había adquirido no la vendería por nada en el mundo, sintió tan grandísima pesadumbre que aún le acompaña.
Recuerda mi madre que en cierta ocasión la mujer que adquirió la máquina de coser abordó en la calle a mi tía para que le explicara el funcionamiento de aquel artefacto y ésta, -que heredó el lado más temperamental de la familia, en detrimento de mi madre-, expresó su impotencia exhortándole que se metiera la maquina por el… -eso mismo-.


Imagen: "Costurera" de Helene Schjerfbeck. 1903.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Una historia admirable, ejemplar.

Un beso, con mi deseo de que tengas un nuevo año lleno de dicha.

Manolo Merino dijo...

Que venga cargado de felicidad para todos.

almena dijo...

Entrañable historia de trabajos, vanidades y pérdidas.

Que tu nuevo año 2007 sólo te traiga venturas.

Manolo Merino dijo...

Gracias almena.
Que te sea favorable para tener serenidad y lucidez para aceptar lo que venga.

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Para el que sabe ver todo es transitorio