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domingo, 10 de diciembre de 2006

NOCHE DE GATOS.

Una de las historias más desconcertantes de cuantas ocurrieron en la "Casa de los Monster" sucedió una noche de invierno mientras leía tranquilamente en la cama. Tras la puerta de mi dormitorio sonó un tímido golpeteo, seguido de una voz que reconocí como la de Juanma.
- ¿Manolo?,… ¿Estás durmiendo?
- ¿Sii?,… ¡Pasa!, -elevé la voz para contestar a la segunda pregunta-.
Cuando abrió la puerta le pregunté desde la cama que ocurría.
- Bueno, verás,…-parecía turbado-,…tengo un problema con la naturaleza.
- ¿Queé?, -pregunté intrigado-.
- Sube y lo ves.
No dijo más. Se giró y se encaminó hacia la escalera seguro de que le seguiría. Empleé poco tiempo para ponerme algo de ropa y cuando llegué a la primera planta donde estaba su habitación, lo encontré completamente abstraído yendo y viniendo de un cuarto a otro como si estuviera buscando algo, (quizá una solución).
- ¿Que pasa?, -pregunté al aire para advertirle de mi presencia-.
- Mira, ven. -dijo decidido invitándome a pasar a su cuarto-. Levanta la colcha. -señaló su cama-.
Yo no hacia más que preguntar que era lo que quería mostrarme pero él quiso que lo descubriera por mi mismo. Ante su insistencia y sin saber lo que me iba a encontrar, me atreví a hacer lo que me indicaba. Levanté la cobija de la cama y descubrí algo asombroso: una gata recién parida que se afanaba en asear a sus gatitos a lametazos. Al sentirse descubierta, escapó dejando a su prole en la cama del colega.
Perplejo por la sorpresa y el susto que me causó el descubrimiento, me sumergí por un momento en un mar de dudas acerca de cuando y como había llegado a hacer su cubil aquel animal en semejante sitio y que demonios podríamos hacer con ese percal. Miré al amigo para interrogarlo, pero debí de tardar demasiado en decidir que pregunta hacerle porque fue él quién se adelantó en pedir opinión.
- ¿Que hacemos? -preguntó implicándome de lleno en tan embarazoso asunto-.
- N...no sé. –titubeé entre los maullidos de cinco mininos-.
El tiempo que llevaba maquinando una solución parecía haber dado resultado:
- He pensado que podríamos coger la manta y llevarla a ese cuarto.
Se refería a la habitación del ala oeste donde se acumulaban la mayoría de los trastes de aquella ruinosa vivienda. Era una estancia inhabilitada al paso porque el techo, mitad derruido mitad apuntalado, amenazaba caerse en cualquier momento.
- No te preocupes, en cuanto vuelva la gata, se los llevará a un lugar seguro. -Dijo leyendo mi pensamiento que divagaba sobre la integridad de los gatitos en aquel lugar-. Coge de ahí. -ordenó diligente-.
Dicho y hecho. Con sumo cuidado para no molestar o herir a los recién nacidos, cogimos de las puntas la manta donde descansaban y los trasladamos a aquella destartalada habitación. Por si la madre tardaba en volver, arrugamos la manta para que no perdieran su calor y nos fuimos confiando en que la gata no los abandonaría.
Al día siguiente, cuando regresé a mediodía de “La Escuela”, encontré a Juanma metiendo la manta de los gatitos en la lavadora. Imaginé que habían sido trasladados por su madre a algún lugar mas seguro, pero no obstante pregunté por ellos más que nada por iniciar una conversación.
-Esta mañana ya no estaban,… ¡A esos, ya mismo los vemos deambulando por aquí!, -dijo campechanamente para restarle trascendencia al asunto-.
No se equivocaba. Al tiempo pudimos comprobar como de cuando en cuando, unos jóvenes y huidizos felinos se asomaban explorando el terreno por algún rincón de la casa. Una casa que desde aquella noche se llenó de vida. Aún más.

4 comentarios:

ecasual dijo...

Me ha encantado la historia.

Saludos!

Manolo Merino dijo...

Gracias Hormiguita por tu efímera presencia.

ecasual dijo...

Gracias a tí, en especial por el enlace, que es recíproco. Tienes un gran sitio. Iré leyendo poco a poco los contenidos.

:)
Abrazos

Manolo Merino dijo...

¡Que ilusión! Mil gracias.

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Para el que sabe ver todo es transitorio