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jueves, 14 de junio de 2007

LECTURA INCONTINENTE.

No diría que mi relación con las librerías es constante pero sí relativamente habitual, lo que me ha llevado a adquirir ciertos comportamientos que se repiten como un ritual. Cuando entro en alguna suelo dar un par de vueltas por todas y cada una las estanterías. En la primera paseo por los estantes mientras leo los lomos de los libros que me llaman la atención, como se leen los carteles y letreros de la calle. En la segunda, giro la cabeza buscando el mejor ángulo para leer las letras pequeñas, cojo y ojeo algún libro, hojeo algún otro, leo índices, sinopsis, párrafos al azar, datos de la edición,… luego la lectura me hace recordar alguna referencia que me lleva a preguntar al librero por algún libro o alguna sugerencia. Pero hay algo que condiciona mi estancia en estos lugares: después de un rato entre letras siento la necesidad imperiosa de ir al WC. ¿Por qué?, trataré de explicarlo.
Lo que viene a continuación podría considerarse que pertenece a lo que se conoce como “intimidades” y no deja de producirme cierto pudor, pero no tanto como para no poder contarlo, por suerte uno ha ido dejando por el camino muchos de esos escrúpulos, prejuicios y pudores que en ocasiones nos atenazan lo mismo que el precinto de una botella de champán sin descorchar. Aunque no se si debería hacer ciertos símiles cuando se tratan temas que contienen un innegable componente escatológico, ya que el riesgo de perder la elegancia es mas que considerable.
Dice un chiste que alguien pregunta a un amigo:
- Oye, ¿tú lees cuando vas al W.C.?, a lo que el otro responde:
- No, yo cago de memoria.
Bueno pues, lo diré de ésta manera: siempre me he quejado de mi flaca memoria. Quiero decir que desde que tengo uso de razón -creo que quizá coincida con la época en la que aprendí a leer-, siempre me he hecho acompañar de algo de lectura en ese natural momento de atender las más íntimas necesidades fisiológicas. Cualquier cosa sirve: libros, revistas, prospectos de medicinas, promociones de supermercados, etiquetas de champú,… hasta el portátil en estos últimos tiempos, para lo que resulta utilísima la silla que ya forma parte del mobiliario del cuarto de baño. Ya de muchacho escuchaba la voz de mi madre dándome aviso de que “eso” no tenía que ser muy bueno. Tanto es así que cuando falta la lectura en tan delicado momento, no… es lo mismo.
Esta costumbre es precisamente lo que condiciona mis visitas a esos lugares donde el papel impreso es el protagonista, librerías, papelerías, bibliotecas,… Casi siempre tengo que salir con cierta premura para atender las mencionadas necesidades. Resulta un fastidio enfrascarse en algún párrafo interesante y “sentir la llamada de la selva” y no me atrevo ni a mencionar cuando el libro que te ha llamado la atención se encuentra en los estantes mas bajos y te obliga a agacharte.
Un problema.

4 comentarios:

almena dijo...

jajajajaaaaa es el más ilustrado remedio para el estreñimiento, del que tengo noticia.

:)

Un abrazo

Stephy dijo...

este que has contado es un secreto tan tuyo como de muchos y me incluyo jajaja

y todo sirve partiendo por las etiquetas de shampoo o pasta dental jaja

me ausente un tiempo pero ya estoy de vuelta... extrañaba leerles
un beso enorme
bye

Cripto dijo...

Hola, estoy intercambiando links con gente de otros blogs, para aumentar el tráfico de visitantes ¿te apuntas? Por favor, avísame en mi blog.

saludos a todos y pasaros por mi blog, ya me diréis...

Anónimo dijo...

¡Veo que es un club más grande del que sospechaba! es que yo también necesito letra impresa para inspirarme ahí. Tenemos en casa un revistero frente a la más necesaria silla de la casa, a pesar de que posea un enorme agujero en el centro, jejeje

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Para el que sabe ver todo es transitorio