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domingo, 20 de agosto de 2006

ARDILLAS

La primera vez que oí algo sobre las costumbres de la Sierra de Segura, fue durante una de mis visitas de fin de semana a su casa en Huelva -uno de tantos- .
Aquel sábado, recibió la visita de algunos compañeros de la facultad para intercambiar apuntes y comentar lo despiadado o compasivo que eran uno u otro profesor. Entre esos amigos se encontraba una chica, de la que supe que era de una de las numerosísimas pequeñas aldeas de aquella sierra, que sin quererlo se convirtió en la improvisada protagonista de aquel encuentro.
Como se acercaba la hora, aceptaron gustosamente quedarse a comer y recibieron con entusiasmo la idea de hacer migas con el pan duro acumulado durante días. Lo bueno de hacer migas es precisamente compartir el esfuerzo de moverlas en la sartén mientras se toma un aperitivo, por lo que todos participamos de ese ritual charlando animadamente en la cocina.
Desde el primer momento se apreció la naturalidad de la aldeana que con sencillez nos sugirió añadir un tomate picado justo cuando los ajos están a punto de dorarse y antes de poner las migas de pan humedecidas. Ninguno de los presentes había oído nunca esa sugerencia pero nos pareció muy buena idea, asi que, dicho y hecho.
Las migas quedaron estupendas, jugosas y suculentas. Las disfrutamos según la tradición del “paso adelante-paso atrás”, esto es, acercarse al perol para coger una cucharada y a continuación retirarse para dar opción a los demás a hacer lo mismo, celebrando la idea del tomate a cada bocado.
El coloquio sobre las costumbres gastronómicas de cada uno de nuestros terruños se prolongó durante casi todo la comida. Allí conocimos los peculiares nombres de los platos típicos de cada pueblo o las variantes de una misma receta según la zona, pero sobre todo, supimos por la segureña que en su comarca había quien todavía comía ardillas.
Manifestó con toda naturalidad que ella las había comido, que en otro tiempo era algo común pero que hoy por hoy no era una práctica frecuente. Sorprendidos y curiosos la asediamos con toda clase de preguntas sobre como se cazaban, como se cocinaban o que sabor tenían, incluso alguien preguntó por el sentimiento que le producía comer ardillas, a lo que ella contestó de manera lacónica encogiéndose de hombros.

Esa noche, cuando ya todo estaba en silencio, se oyó su párvula y casi imperceptible voz todavía impresionada:
Se comen las ardillas!.

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Para el que sabe ver todo es transitorio