LA OUIJA. (Intro).
Durante el primer año que estuve en la Capital, la chica con la que salía vivía con su hermana y una de sus amigas en un pisito de un humilde barrio conocido por los autóctonos-aborígenes como “el barrio de la guita”. Lo llamaban así porque según se cuenta cuando lo construyeron, los futuros moradores utilizaban un cuerda para comprobar si les cabrían o no los muebles.
Trás pasar la mañana en clase por la tarde solía dejarme caer por aquel pisito. Siempre había alguien de visita. Llegada la hora, iban haciendo su aparición un numero considerable de invitados -algunos fijos y otros ocasionales-, para tomar café (para mi casi de los primeros hechos en una cafetera italiana de-las-de-toda-la-vida) y pasar el rato. Los más veteranos contaban batallitas de cursos anteriores y los novatos escuchábamos. Jugábamos al cinquillo o cantábamos el repertorio del cantautor de turno. Cualquier cosa menos estudiar, (siempre había tiempo).
Una de esas tardes después de tomar el segundo o el tercer café, surgió la idea de “jugar” a la ouija.
En mi vida había oído hablar de aquello, al menos con ese nombre, pero por aquella época siempre era de los primeros para experimentar lo nuevo. Algunos se echaron para atrás por el profundo respeto que les causaba -no es tema baladí-, otros, se excusaron comentando que tenían cosas que hacer. Nos quedamos cinco o seis personas entre los que en tardes anteriores ya habían tendido alguna experiencia y los que sentíamos una tremenda curiosidad. Me atraía mucho -también me inquietaba- la idea de que pudiéramos conseguir hablar con alguien o algo del más allá. (Continúa en...).
Una de esas tardes después de tomar el segundo o el tercer café, surgió la idea de “jugar” a la ouija.
En mi vida había oído hablar de aquello, al menos con ese nombre, pero por aquella época siempre era de los primeros para experimentar lo nuevo. Algunos se echaron para atrás por el profundo respeto que les causaba -no es tema baladí-, otros, se excusaron comentando que tenían cosas que hacer. Nos quedamos cinco o seis personas entre los que en tardes anteriores ya habían tendido alguna experiencia y los que sentíamos una tremenda curiosidad. Me atraía mucho -también me inquietaba- la idea de que pudiéramos conseguir hablar con alguien o algo del más allá. (Continúa en...).
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