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domingo, 4 de marzo de 2007

LA OUIJA.

(Viene de...) En un santiamén se despejó la mesa limpiando el azúcar y las gotas de café que se habían derramado. Mi partenaire que hacia de anfitriona en esas caseras sesiones de espiritismo, tardó un suspiro en distribuir en ella una colección de papelitos escritos por una cara, tantos como las letras del abecedario y los números del 1 al 10. Los dispuso alrededor del tablero de formica formando un gran circulo y en el centro colocó un vaso de cristal bocabajo -de los de chato de vino-, flanqueado por dos papelitos más con las palabras “si” y “no”. Dio comienzo a la sesión pidiendo a cuatro de nosotros que colocáramos nuestro dedo índice sobre el vaso. Hecho esto, pronunció una formula de invocación que lo único que invocó fue la risa de los más profanos -yo incluido, claro-. Una llamada al orden no bastó para ponernos serios ya que alguien colocado justo enfrente estaba “poniendo caras” para llamar mi atención haciendo imposible que me concentrara. La anfitriona nos rogó entonces más interés y nos recordó el carácter voluntario de nuestra presencia, pero basta que prohíban la risa para que sea imposible retenerla. La risotada que se me escapó acarreó tener que ceder mi puesto a alguien mas concentrado, pero aunque en principio fui excluido -pasando a ser un mero espectador-, mas adelante pude recobrar -como veréis- mi puesto en el “manejo” del vaso. Quedaron pues los que ya tenían alguna experiencia en el asunto.
Tras darnos un descanso para beber agua y recobrar la seriedad, retomamos “el juego”. Para evitar más interrupciones se prescindió de verbalizar la dichosa formulita invocadora acordando que cada uno la pronunciaría mentalmente, lo que ayudó bastante a mantener la concentración de los participantes.
Después de unos minutos de concentración y a la tercera vez de interrogar al vaso si había alguien allí, éste se desplazó tímidamente hacia el “sí” lo que provocó mi sorpresa.
- ¡Ostras, funciona!, -pensé-.
A partir de ahí se sucedieron algunas preguntas para conocer a nuestro interlocutor. El vaso fue desplazándose por las letras una a una, para darnos la información que le pedíamos. Decía llamarse “Morad” y conforme se le preguntaba, supimos que no se trataba de ningún espíritu sino de la conciencia de un árabe, marroquí para mas señas, que estaba vivito y coleando. Poco a poco se afinaron las preguntas para saber que podía hablar con nosotros independientemente de que su dueño estuviera durmiendo o en vigilia y que precisamente en aquel momento estaba soñando.
Una vez presentados la cosa se fue relajando y la conversación con aquella entidad derivó a ñoñas preguntas sobre novios/as y asignaturas. Yo desde la retaguardia requería a mis compañeros que preguntaran cosas -a mi entender- mas interesantes, como el lugar donde se encontraba, cuales eran sus intenciones o si estaba acompañado por entidades igual que él o diferentes.
Cuando mis compañeros accedieron a mi petición e interrogaron a Morad sobre el lugar donde se encontraba éste señalaba: “A – L – W” y si se insistía dejaba de moverse o volvía a repetir “A-L-W”.
No podía creer que aquel vaso tuviera tanta locuacidad y tercamente insistía en que eran mis compañeros los responsables de su movimiento. Quería comprobar la veracidad del asunto participando directamente, así que repetidamente les instaba a que me dejaran un lugar en el vaso. Pero según las reglas del juego era necesario que el entrevistado lo autorizara y cada vez que se le preguntaba que si yo podía participar, éste se dirigía al “no” lo que reafirmaba mi idea de que eran mis propios compañeros los que me estaban vetando. Solo cuando condicionaron mi participación a no preguntar más sobre el lugar donde se encontraba el vaso me dejó participar.
Poco a poco entramos en un dialogo donde aquella conciencia ajena me sugería cuidar de mi madre -por aquella época mi diálogo con ella estaba roto- y me aseguraba que no seguiría mucho tiempo con mi costilla (cosa que mas adelante se cumpliría). Cuando se relajó, volví al ataque preguntando por el significado de "ALW" pero era un tema delicado que parecía no gustarle porque el vaso dejaba de moverse o señalaba lo mismo (“a-l-w”).
Lo curioso fue cuando a la vez que la prudente anfitriona preguntaba si quería que me retirara del juego yo proponía que me dijera la palabra que estaba pensando. Ambas preguntas coincidieron en el aire.
El vaso entonces se dirigió sistemáticamente hacia la “H” y la “E”.
- ¿Que significa H-E?, -preguntamos-.
- M-E R-I-O.
¡Se reía! Dejó claro que le hacia gracia mi proposición.
Rápidamente me hice de un bolígrafo y sin que los demás pudieran verlo escribí algo en un trozo de papel.
- Entonces, ¿puedes decirme que he escrito en el papel? -insistí-.
No hubo respuesta.
- Quieres que abandone el juego…? -repitió la anfitriona colocando mi nombre en su pregunta-.
El vaso no se movía.
- Estas ahí?
Después de un momento, contestó.
- S-I.
- ¿Que he escrito en…? No pude acabar la frase. Rápidamente el vaso se puso en movimiento para buscar las letras que formaran una respuesta.
- A-M-O-R.
Sin decir nada todas las miradas se dirigieron a mi pero la cara que se me quedó ya adelantaba que eso era justamente lo que escribí en el papelito.
Acto seguido nuestro etéreo interlocutor nos hizo ver que tenía que marcharse y nos despedimos de él amigablemente.
Después de aquella tarde no volvimos a montar el tinglado de las letras. No por nada, simplemente porque no encartó, pero el caso es que a mi me quedó la duda de si aquella experiencia fue una singular manera de interactuar entre nosotros o si realmente medió alguna entidad al margen de los que coincidimos aquella tarde.

1 comentario:

almena dijo...

mmm se me ponen "los pelos de punta"

:)

le tengo mucho respeto a estas cosas.

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Para el que sabe ver todo es transitorio