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domingo, 6 de mayo de 2007

JAQUE EN TREN. (y II).

(Viene de...) Siempre realizaba el mismo trayecto, sabía el tiempo aproximado que llevaba el desplazamiento de una estación a otra y como el paisaje ya estaba más que visto, podía entregarme plenamente a la lectura o al pasatiempo de turno. Cuando subía al tren, -quizá por mi incipiente misantropía-, trataba de subir a los vagones que me parecían más despoblados -casi siempre los últimos del convoy-, huyendo del molesto bullicio de los demás viajeros.
En cierta ocasión el revisor -que conocía mis costumbres y mi destino-, al verme entrar a uno de los departamentos más postreros, me advirtió con una seña que en Córdoba debía adelantarme a los vagones cercanos a la locomotora, ya que se produciría un reencanche y de no hacerlo me apartaría de mi ruta. Supongo que obvió que le entendería, pero yo -además de olvidar en que tipo de tren me estaba subiendo-, equivoqué la interpretación de su parco gesto, viendo en él un signo de cordialidad más que de advertencia.
Al llegar a la ciudad Califal andaba tan absorto rehaciendo una interesantísima partida de Capablanca con “Nosequiensky” -o “Nosequiev”- que no advertí si alguien dio aviso para que los viajeros nos reorganizáramos. Asi que cuando el tren volvió a ponerse en marcha, allí estaba, despreocupado de lo que me rodeaba, pendiente de mi tablero, intentando colocar cada pieza en el lugar que me proponía el periódico… y viajando totalmente confiado cada vez más al Sur en vez de al Oeste, alejándome ingenuamente de mi destino.
Poco más de media hora me llevo acabar de estudiar la partida y aunque acabé complacido de la dosis de maestría que acababa de disfrutar, no pude evitar enfrascarme en la resolución de un problema de ajedrez que se sugería en la misma página del diario, un “Jaque mate en tres” que acabó obsesionándome. Solo cuando lo resolví -no sin algo de ayuda-, me recosté satisfecho en el asiento para descansar la vista mientras miraba por la ventana y de paso, fijarme en alguna referencia que el paisaje me ofreciera para calcular el tiempo que faltaba para llegar a Sevilla. Pero obviamente el paisaje no me cuadraba.
- Perdone,… ¿Falta mucho para llegar a Sevilla? -pregunté inocentemente al revisor aprovechando que pasaba justo a mi lado-.
- ¿Sevilla?. Señor, está usted viajando a Málaga. -contestó mirándome de arriba abajo pareciendo buscar indicios para corroborar la idea que se estuviera formando de mi-, …¿Que iba a Sevilla? -preguntó al verme contrariado para dar continuidad a la conversación.
- Bueno,… en realidad voy a Huelva. -Titubeé-.
- Pues hoy no llega. -respondió convencido, pareciendo acostumbrado a los despistes de otros como yo-.
- ¡Buff ¡... -bufé-.
- Bueno,…vamos a hacer una cosa, espere aquí que ahora le digo que vamos a hacer. -dijo haciéndose cargo de la situación-.
Al cabo de un rato volvió y me explicó que estábamos llegando a Bobadilla y que si llegábamos a tiempo, allí podría embarcarme en otro tren que me devolvería a Córdoba. Me extendió un pase por si me lo pedía el revisor del otro tren, advirtiéndome que le explicara lo que me había pasado y recordándome que debía darme prisa en hacer el trasbordo.
Ya con dirección a Córdoba procuré relajarme viendo el -hasta entonces-, ignoto paisaje. Una vez allí, hice noche y llegué a Huelva al día siguiente.

Lo cierto es que parece haber algo en mi manera de funcionar en la vida que se muestra como una constante. Calificarlo simplemente como “despiste” me parece un poco pobre.

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Para el que sabe ver todo es transitorio