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martes, 15 de mayo de 2007

MAYO FLORIDO.

Mayo, el mes de las flores.
Aunque mi madre insistía en que no nos desabrigáramos hasta su cuadragésimo día, con él llegaba la calor y en los años setenta, cada tarde, andaba yo quitándome apresuradamente el saquito (suéter o jersey por otros lares) y pidiendo con impaciencia la merienda.
Me gustaba esperar a mi hermana para ver que había aprendido cuando, tras las clases, pasaba por la catequesis de Doña Paquita y Doña Rosario, dos hermanas solteras, entradas en años -ya por aquel entonces-, que además de ejercer de maestras en el único colegio que había en el pueblo, procuraban en sus sesiones de catequesis adoctrinar nuestras impúberes conciencias a base de mantenernos en las más virtuosas tradiciones mientras nos enseñaban toda clase de canciones y ritos de exaltación mariana. Con ellas aprendimos numerosas coplitas como aquella de “Madre, óyeme, mi plegaria es un grito en la noche…” o la de “Alabaré alabaré, alabaré alabaré,…” -más tarde mi juvenil irreverencia me haría continuar: “…a-laaavaré mis calcetines…”, camuflando mi impía voz tras el jolgorio de los angelicales cánticos de mis pupilos-.
Uno de los rituales más vistosos que nos enseñaron las hermanas fue la creación de la “cruz de mayo” en nuestras propias casas. Llegado el momento, hacíamos acopio de algunas cajas de cartón, estampas de la virgen y flores, -muchas flores-, para montar un altarcillo donde supuestamente teníamos que rezar -aunque eso en mi agitada infancia, siempre fue algo secundario-. Elegíamos un lugar tranquilo para disponer las cajas de manera escalonada formando un pequeño zigurat y lo cubríamos con alguno de los mejores retales que había en la casa. Una vez creada la estructura rematábamos su cúspide con -para nuestro candoroso parecer estético- la mejor imagen que teníamos de la madre de Jesús –generalmente la mas grande- y distribuíamos por los escalones de aquella pirámide, las estampitas con motivos angelicales de las “primeras comuniones” de nuestros primos que celosamente se conservaban en una caja metálica de galletas. A continuación, adornábamos con todo tipo de flores aquella “perfomance”. Yo me empeñaba en colocar los jaramagos y margaritas que recogía para la ocasión pero mi hermana siempre se las ingeniaba para conseguir lirios y rosas que según ella eran las flores más apropiadas. Otro de mis afanes era añadir alguna velita para darle solemnidad al asunto, pero por suerte la cautela de mi madre siempre estaba ahí para impedírmelo.
Cuenta mi amiguete joserramón que en su casa llegaban a más: Su hermana y él colocaban un cojín delante del altarillo porque según les decían, la Virgen se arrodillaba allí para rezar. Para él fue una gran desilusión descubrir que las huellas que cada día hallaba -henchido de emoción-, en su cojín estampado no se debían a las rodillas de la Virgen sino al gato romano que siempre buscaba el lugar mas despejado de la casa para echarse la siesta.
Imagen: La Madonna im Rosenhag de Stefan Lochner. 1448.

2 comentarios:

almena dijo...

¡Qué recuerdos!
:-)
yo también hacía ese altarcito al llegar mayo...
la verdad es que son unos recuerdos hermosos.

Un abrazo!

Anónimo dijo...

En Chile el mes de María es en noviembre, equivalente al mayo boreal, y seguimos haciendo altares (menos elaborados hoy por hoy) pero se llenan las iglesias para rezar unas oraciones entrañables que no hay chileno que no se las sepa. En mi barrio nos juntamos hasta en las plazas para ello. Es precioso y entrañable. Ojalá Uds. no pierdan sus tradiciones ni su fe, sin ingenuidades, pero con autenticidad.
Un abrazo grande y gracias por tu enlace :)

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Para el que sabe ver todo es transitorio