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martes, 17 de julio de 2007

PESCA DE LOCOS. (y II).

(Viene de...) Quedámos clandestinamente a las afueras del pueblo para encaminarnos al río Guadalquivir. Nuestro guía eligió para apostarnos el estrecho pretil que rodeaba el edificio principal del -por aquel entonces-, desusado balneario del pueblo. Se trataba de una angosta plataforma en la base del muro inclinado y corvo del edificio, rodeada en su mayor parte de agua, donde apenas te cabían los pies y que nos obligaba a pasar de uno en uno y hacer verdaderos equilibrios para no caer al río. Nosotros pasamos primero, él se quedó más cerca de la orilla -cortándonos el paso-, esgrimiendo el razonable pretexto de necesitar más espacio para montar las cañas. Después de mojarnos como rito iniciático e intentar clavarnos un anzuelo a la mínima de cambio, nos entregó la destartalada caña que habríamos de compartir mi colega y yo dándonos unas escuetas indicaciones de cómo se colocaba el cebo y como había de arrojarse el sedal.
Pasaba la mañana y ahí estábamos, incómodos en nuestra ajustada atalaya, al borde del río, a merced de nuestro psicópata anfitrión, sin miras de hacer captura alguna y con la creciente sospecha de que tarde o temprano ese extraño personaje emplearía sus peores malas artes para cobrarnos “sus servicios”. En más de una ocasión le pedimos que nos dejara pasar a la orilla para ir a orinar pero siempre nos decía que en ese momento no podía sacar el anzuelo del agua porque estaban apunto de picar y que lo hiciéramos en el río, cosa que al principio hasta nos parecería divertida. Pero la cosa perdió su gracia cuando no solo dejó de abastecernos de cebo para nuestra caña, sino que condicionó nuestra vuelta a casa hasta que no sacara algún pez del agua. Estábamos atrapados, inquietos porque se hacia tarde y con el miedo metido en el cuerpo por no saber cuando y como acabaría aquello. Fue allí donde comprendí que el sentido de las reprimendas de mi madre era evitarnos cosas como esas.
Nuestra impaciencia comenzaba a ser insoportable cuando la boya de nuestro tirano mentor se hundió con un sonoro “¡glup!”. Mientras él se afanaba en sacar el pez del agua, nosotros gritábamos de júbilo no ya por la captura, sino por entender que se acercaba la hora de marcharnos. Pero, claro está, no podíamos irnos de allí sin vivir, como dirían los flamencólogos, “el fin de fiesta”.
Una vez que el pez se cansó de luchar, entregó su vida a aquel desalmado sin oponer demasiada resistencia. Cuando andábamos maravillándonos con las hechuras de aquel animal todavía clavado en el anzuelo, no se le ocurrió otra cosa que balancear el pez en el sedal para tratar de asustarnos con su cercanía. Al ver que no lo conseguía, comenzó a columpiarlo cada vez más enérgicamente, ya no para asustarnos sino para golpearnos, mancharnos o vete a saber con que maliciosa intención, hasta que nos arrinconó al final del pretil. Ahí, entró en una espiral de perversa enajenación que alimentaría con nuestros gritos. Comenzó a bambolear el pez para estrellarlo una y otra vez contra la pared con el propósito de reventar al animal y que nos saltaran las trizas a las que estaba siendo reducido a cada golpe. Casi no recuerdo como escapamos de allí, el caso es que cuando terminó de destrozar al desdichado animal lo dejamos con todos los aparejos por recoger y amenazándonos en la distancia.
Por suerte mi madre nunca se enteró de mi aventura con aquel individuo y la tempestad que esperaba que desatara por llegar tarde, se quedó en una simple tormenta de verano.
Llegado el momento, mi hermano que había continuado con su afición pesquera, me invitaba muchas tardes de primavera a sus salidas al río donde me hizo participe del buen hacer de su técnica y me enseñó que aquella práctica no estaba reñida con el respeto a la vida del pez capturado. Sin duda, pescar con mi hermano fue otra historia.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Hilarious! Gracias.

Ximena dijo...

Qué iniciación terrible. No resultó un muy buen socio, ese chico, veo. Por lo menos sirvió para contrastar la experiencia con el agrado de compartir la pesca con tu hermano. Yo no he pescado nunca (no me ha atraído, la verdad), pero parece ser que tiene mucho de rito y de comunión con los compañeros de pesca (cuando se hace al estilo de tu hermano y no el del chico aquel, claro está...)

Te dejo un abrazo. Muy buena historia, me tenías en suspenso!!

Xime

almena dijo...

mmm qué inquietante relato!!

:)

Un abrazo, amigo

_+*+_ AFR _+*+_ dijo...

¡Uh! sí, las madres molestamos mucho por tratar de evitar cosas así, lástima que se nos reconozca cuando ya no lo necesitan.
Buen relato didáctico par alas futuras generaciones.

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Para el que sabe ver todo es transitorio