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sábado, 7 de julio de 2007

NOCHES DE VERANO.

Debiendo su nombre a uno de los discos más importantes y considerados de la historia del jazz, se me antoja que existen pocas referencias en este cuaderno a la música de ese género. Me apetece ir poniendo remedio a esto -de a poquito-, mas que nada porque es este tipo de música la que me acompaña casi a diario y la que más ratos agradables me ha ofrecido.
Veranos atrás -todavía-, disfrutaba de las noches recogido en mi Sancto Sanctorum -léase el salón de mi casa-, acompañado exclusivamente de mi soledad y envuelto en atmósferas de sándalo y jazz. Dejándome llevar nota a nota por el vasto mar de matices que me ofrecía ésta música, abandonaba mis emociones en el oleaje de las sugerentes florituras de los más excepcionales solistas o en las idas y venidas de los compases de sus lujosas secciones rítmicas, hasta que se marchaban a la deriva. No pocas veces se me ha escapado alguna exclamación de júbilo ante la destreza del algún virtuoso o he dejado caer alguna lágrima mientras mi corazón surcaba a lomos de melodías cargadas de sentimiento. Eran noches de descubrimiento y estudio de un mundo repleto de estilos, nombres e instrumentos.
Cuantiosos músicos fueron los que acompañaron mis ratos en aquellas noches de estío. En muchas de ellas me hice acompañar de un sinfín de voces femeninas (desde Nina Simone, Abbey Lincoln, Sarah Vaughan o Ella Fitzgerald, hasta Cassandra Wilson, Patricia Barber o Madeleine Peyroux, pasando por infinidad de voceríos de todos los tiempos y latitudes), pero había una voz de textura seductora y tierna -al menos al principio de su carrera, al final se tornaría mas dura-, que hacía saltar todos los resortes de mis emociones, era la voz de Billie Holiday. Desde entonces siempre he pensado que las sosegadas noches de verano son de los mejores momentos para escucharla. (continúa en...)

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Para el que sabe ver todo es transitorio