________________________________________________
________________________________________________

sábado, 5 de abril de 2008

LA LLUVIA.

(Viene de...) Una mañana de uno de esos días, mi madre, -ojo avizor con toda actividad que me concernía-, observó que la casa estaba llena de hormigas. Mientras se deshacía de ellas a escobazo limpio, insistía en que yo era el responsable de la invasión y me amenazaba con tomar medidas drásticas con tal de que no me acercara al jardín. Mi insistencia en hacerle entender que yo no tenía nada que ver con aquello no sirvió de nada, pues consciente como era del trasiego de flores y bichos que habia tenido en días anteriores, decía estar harta de que “las cosas no duraran limpias” y que sería mejor que me quedara en casa hasta la hora de comer.
- “Anda, entretente con cualquier cosa hasta que comamos”... -sugirió-. “Hoy hace un día raro,… me duele la cabeza…” -comentó, terminando la frase en un susurro-.
No cabía insistir. La habilidad de mi madre para que una simple sugerencia sonara a orden irrecusable era tremenda, por lo que acabé refugiado en el rellano de la escalera esperando a que los ánimos se calmaran. Como “el horno no estaba para bollos”, decidí no desplegar mis “pinetes” (tacos de madera) para que batallaran mis indios de plástico, -podía ser motivo de otra regañina por poner “cosas por medio”-. Opté mejor por sumergirme en la relectura de los tebeos de “El Cachorro” que había “heredado” de mi primo. A medida que pasaban los minutos, inmerso como estaba en las contiendas que el grumete protagonista mantenía con los filibusteros que iba encontrando, no me percataba de que, poco a poco, la luz del día parecía apagarse. Solo me di cuenta de lo que pasaba cuando de pronto, la voz de mi hermana irrumpió desde la planta de arriba:
- “¡¡Mamaaa!!,… ¡Que está lloviendoooo…!” -gritó posesa-.
- “¡Descuelga la ropa del tendederooo…!” -respondió mi madre desde la cocina en un tono más comedido-.
Al cabo, mientras intentaba adoptar una nueva postura que me permitiera retomar la lectura en aquella tenue luz, mi hermana bajaba las escaleras cargada de ropa:
- “¡Quita nene!”... -dijo molesta al pasar por el rellano que ocupaba-.
Entre la lluvia, los límites impuestos por mi madre y el desdén de mi hermana, me quedé taciturno para el resto del día. Ya venía siendo habitual que -con frecuencia-, me recluyera en mi inabarcable universo interior, bien porque me resultara mucho más agradable o simplemente por que el mundo que me rodeaba no me parecía tan interesante.
Al rato llegó mi padre y nos sentamos a la mesa. En el comedor se hablaba de la impetuosa manera de llover. Yo me di prisa para acabar de comer y volver a los tebeos, pero la poca luz me hizo abandonar pronto la lectura. Me acerqué entonces a los cristales de la puerta del patio para ver como llovía y allí quedé, hipnotizado por la neblina formada por el vaho que despedía por mi boca. Con la nariz pegada en el frío vidrio, veía como el agua caía a mares y corría por el patio formando olas hacia el sumidero. Fascinado ante tanta lluvia, mi imaginación me hizo ver barcos piratas que navegaban sobre aquellas olas al encuentro de galeones cargados de oro. Las gotas que saltaban a los cristales parecían las refulgentes ráfagas de sus cañones y los cúmulos de tierra desprendida del tejado las remotas islas a las que se dirigirían para enterrar el tesoro recién capturado. La voz de mi madre me devolvió de nuevo a la vigilia:
- “¡¡Pero nene,…!! ¡¡…no te das cuenta que se está inundando el patio!!”. ...”¡Manueeé… !” -berreó a mi padre- …”¡que se ha atrancao el sumiderooo!”
Al parecer la tierra que calló del tejado atascó el sumidero y de ahí que mi imaginación lo tuviera fácil para construir aquella historia. Entre los dos, con la ayuda de un rollo de alambre, lograron que el agua fluyera cañería abajo, mientras yo contemplaba la escena desde dentro de la casa. Cuando acabaron, mi padre, empapado, sin poder dejar de mirarme, sorprendido de mi tamaña capacidad de abstracción, acabó sentenciando:
- “Este chiquillo es tonto”.

3 comentarios:

Isabel dijo...

Me ha encantado tu relato;parecía que te estaba viendo tras los cristales, tan abstraido y "sequito",mientras ellos,tus sufridos padres,se daban un buen baño, y no precisamente de placer. ;-)
Lo que sí es un placer es leerte.
Imagino que de tonto no tenías nada,simplemente una imaginación desbordada de agua e ilusiones. :-)
Un abrazo,amigo...

Manolo Merino dijo...

Gracias, amiga.
Es un placer saberte como lectora.
Un abrazo.

almena dijo...

Tienes el don de convertir los recuerdos cotidianos en una historia que prende totalmente el interés del lector.
:)

Un abrazo!

____________________________________________

Para el que sabe ver todo es transitorio